Cuanto se desliza por mi mente la erosiona y rasga dejando heridas que, a su vez, renuevan las anteriores. El mundo es un lodazal manifestado materialmente estos días en las tierras valencianas, aunque lo más pernicioso no suele aparecer tan nítida y claramente como torrentes de barro que impiden el acceso a todo. El lodazal es una metamorfosis como puede haber otras, y algunas tan inasibles que ni las percibimos hasta que masticamos sus efectos atravesando cuerpos, vidas y dejando tras de sí una tragedia devastadora.
Ante este panorama, algunos gritan, bailan y se rebelan para reivindicar lo humano, con una energía poco común en nuestros tiempos. Sin embargo, a veces me invade la sospecha de que es infructuoso, de que ese ánimo quedará recluido en una pequeña comunidad que no transformará nada. Aunque es cierto que, si hubiese muchas comunidades así, algo se iluminaría en el horizonte. Como la piel que se ha erizado a lo largo del planeta cuando hemos visto la columna de voluntarios que han acudido, sin esperar a que los gobiernos reaccionaran, a socorrer a los afectados por la DANA en Valencia. Ese flujo continuado de generosidad y entrega al Otro ha evidenciado la ineficiencia, la pasividad o la indiferencia de gobiernos que elegidos democráticamente se olvidan del pueblo al que deberían representar. Pero lo más importante -porque lo que hacen la mayoría de los gobernantes ya lo sabíamos- ha sido presenciar cómo la solidaridad sigue movilizando a millones de personas que han dejado sus quehaceres para acudir de distintas maneras al rescate de eso Otros, que tanto importan. Como si viviésemos unos siglos atrás, miles de personas empujando con toda su fuerza la inmensa capa de barro, que se ha colado por doquier, con grandes cepillos que coreográficamente actuaban todos a la vez. Sin maquinaria pesada adecuada para hacer accesibles las calles lo antes posible. Sin suficiente personal del ejército, la guardia civil, los bomberos y protección civil para afrontar una situación nunca vista en España. Que dos semanas después aún se cuente con los voluntarios para hacer tareas de adecentamiento de los espacios es sorprendente. La solidaridad unánime ha dado ánimo y vida a los valencianos que no se han sentido solos al ver cómo se movilizaban todos los ciudadanos, acudiendo allí a limpiar, organizando recogida de material, víveres o aportando económicamente lo que consideraban. Sin embargo, no deja de ser chocante que, en el siglo de la revolución digital, donde nos pasamos el tiempo pensando en la IA, en los robots que nos quitarán los puestos de trabajo y en tantas cosas que estos días parecían mera ciencia ficción, la forma de rehacer los pueblos afectados sea a base de cepillo y mano. Me desborda la indignación, la incredulidad y la sospecha de que aquí no hay prisa para los gobernantes.
Valencia ha sido un símbolo de las contradicciones y carencias de las democracias, de la disociación entre el mundo y otro mundo que vuela por altas esferas y ya prepara viajes turísticos a la Luna. Pero en Valencia siguen con cepillo y mano.

Claro que importan. Creo que es lo único que importa. Salud.
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