Sentado en un banco, rodeado de árboles con troncos escamados y hojas aladas y largas, Karlos se aferraba a un libro, que tenía entre las manos, de tal manera que vivía ajeno a sí mismo. Se percibía investido de una heroicidad que le hacía sentirse alguien importante para los otros. Esa ansia de reconocimiento que todos tenemos, y que no captamos cuando alguien, por ejemplo, deposita su confianza en nosotros. Confiar es un acto de reconocimiento de la sensibilidad, de la capacidad de escucha y de creer que le importamos al otro. Es una dádiva que nos da sutilmente quien confía en nosotros. Pero somos tan egocéntricos que se nos escabulle sigilosamente cualquier gesto ajeno que redunda en nuestra estima.
Karlos solía huir de su realidad habitualmente mediante la lectura. Creyéndose un deshecho, tenía cercenada la capacidad de recibir nada de los otros. Sus fugas lo trasladaban a mundos fantásticos, donde él era el protagonista salvífico. De ahí que, sus lecturas fuesen minuciosamente cribadas y nada de lo que caía en sus manos le interpelaba, transformaba o renovaba. No leía para crecer, sino para minimizar aún más el concepto de sí mismo. Y hablo de crecer en el sentido de ampliar su perspectiva de lo humano, de descubrir como la miseria es lo que nos hace grandes. Por eso, continuaba usando los libros no como joyas que nos hacen brillar, sino como drogas.
Cobijado en la zona más sombría del lugar, viajaba con todo su cuerpo a parajes que lo glorificaban, quizás como compensación de su carencia, y todas las historias finalizaban con él aclamado por la multitud. ¡Qué instantes de alivio! Sin estos no habría podido sobrevivir a su cotidianidad, solitaria, oscura y prescindible, como la de todos, aunque él no lo supiera.
Y es que leer tiene una diversidad de funciones. Varían según el lector y el momento en el que se produce la lectura. Sin embargo, la búsqueda insaciable y rígida de fantasías en las que encarnarse son, y eran en el caso de Karlos, un síntoma. Cada cual debe identificar qué le está diciendo su síntoma, y atenderse a sí mismo como merece.
Sea como sea, vaya este escueto relato en homenaje a las librerías que celebraron su día, hace un par de jornadas. Deambular, palpar, ojear libros y la experiencia de sentir que hay un libro que te llama, casi por tu nombre, es algo que no tiene precio. Gracias a los que aún se mantienen, a pesar de que no son buenos tiempos para las librerías.

No sé si felicitar a las librerías, cada vez que entro en alguna, veo una luz brillante y…después me encuentro pagando libros que me condenan a vivir a base de café y atún por una quincena…¿Abducción extraterrestre? ¿ Multiverso? ¿Triángulo de las Bermudas? ¿Posesión literaria?…..¿alguna sugerencia….?
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Haz como yo, no entres si no tienes claro que vas a regalarte un libro, o necesitas uno por razones profesionales. Yo como pasatiempo me lo prohibí… Pero eso es un problema nuestro de adicción, no de las librerías!
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¿Adicción literaria? ¿Desintoxicación viendo netflix? no lo sé….
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Gracias querida Ana por compartir.
Un abrazo.
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Elvira, mira el correo de yahoo, me he puesto en contacto contigo…gracias!!!!!!
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Muchas gracias Ana.
Ahora lo veo!
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