Se me vuelan los aires del cerebro, y no es cualquier cosa lo dicho. El aire es la nebulosa entre la que podría hallar lo que me inquieta. Y si digo que “se me vuelan” es por la impotencia ante el desvanecimiento de esos aires difíciles, pero sustantivos.
A veces padecemos el dolor de la pérdida; ese escozor de estar a punto de aprehender lo que andábamos buscando, y súbitamente se nos escapa y nos deja como en un “coitus interruptus”. Sin embargo, la impotencia puede transformarse en el desafío de demostrar-nos que sí podemos, si queremos, y obviamente nos vaciamos con un esfuerzo descomunal. Más allá, no hay posibilidad sea por impotencia, incapacidad, pero no por falta de voluntad o de deseo.
Conforme crecemos en edad, o tiempo existiendo, nos apercibimos de que nuestros orificios cerebrales son cada vez más abundantes, ya que se nos escabulle no solo el aire, sino los soplos más ínfimos de los que notamos su ausencia en cualquier circunstancia cotidiana. Lo consideramos un mal menor, cosas que pasan, aunque no sean más que un preludio de lo que acontece en otros momentos que experimentamos con más dramatismo.
Las funciones ejecutivas ya no funcionan como antes, si se nos exige social y laboralmente lo mismo, en ocasiones, lo suplimos con la experiencia, pero en otras queda evidenciado que es nuestra falta de capacidad. Al igual que se arruga la piel, se nos aflojan las carnes y los huesos se deforman, el cerebro también padece su envejecimiento. Aunque de éste, en cuanto es constatado por los demás como una incapacidad, tenemos una percepción más negativa.
Ahora bien, fijémonos que nuestra memoria emocional sigue intacta, en el sentido de que aquello que quedó grabado como importante y significativo no se borra. Tal vez, el plumero del tiempo limpie lo sobrante, lo que no es fundamental para el sentido que tiene existir para cada uno. Si no fuese así, pasaríamos a estar por estar, a no saber nunca por qué estuvimos y a menospreciar la existencia que hemos tenido. Entiendo que por estas razones, lo nuclear no puede borrarlo un plumazo, sino que resta depositado en la zona básica el intocable de nuestra experiencia emocional.

Un texto profundo y reflexivo. Me gustó cómo explora el paso del tiempo y la memoria con tanta honestidad y sensibilidad. Invita a pensar en lo esencial que permanece en nosotros.
Saludos cordiales.
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Gracias por sus palabras. Sí, la asunción de que somos nosotros los que «pasamos» es fundamental para vivirlo como un momento más…..y aprender a vivir con las posibilidades que cada día son nuevas e imprevisibles.
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