Hay dichos incorporados a nuestro imaginario colectivo que acostumbran a guardar lo que la experiencia ha producido en nuestras mentes, otros de estos dichos los incorporamos llegando incluso a olvidar su origen. En estos últimos, quizás, se hallen dos elocuentes frases que dicen: “No hay mayor ciego que el que no quiere ver” y “No
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Estamos saturados, a punto de regurgitar la realidad, que de densa, espesa y desfigurada nos ha intoxicado. No hemos podido digerir tanta indiferenciación, tanta impunidad. Desde el momento en el que suceda lo que suceda las consecuencias son arbitrarias y la levedad de estas insoportables -sabio Kundera- nuestro esófago ha taponado la entrada y nuestro
Tal vez, cuanto sucede en el mundo nos sobrepasa, formándose una red caótica de disparidades, fenómenos aislados que somos incapaces de interconectar. Sin posibilidad de establecer un cierto hilo conductor que dé cuenta del acontecer, somos como zombis que deambulan buscando quiénes eran y quiénes son ahora. Podemos admitir que no hay conceptualización que no
¿Cómo puede el mal causado por otro, y sufrido por uno, generar tanto dolor? Es como si un filibustero interior se afanara continuamente en retornar el veneno contra uno mismo, sin que nada sepamos de tal sortilegio. Y nos horada el dolor que nos han infringido, y nuestra reacción es como la defensa ante un
¿Cómo desenredar la trama urdida tras los fenómenos que se nos muestran? Sí, no los que aparecen por causas propias, sino los tendenciosamente acontecidos, por esa urdimbre gelatinosa que se adhiere a nuestra mente espesando los receptores de las neuronas. Ante semejante asechanza restamos enmarañados en una red sólida, ya que su fortaleza no reside
Ante tanta calamidad, se ha desatado en mi mente una batalla entre ideas diversas que pujan por imponerse. Pero lo cierto es que yo, que me distancio y la objetivo, no me decanto por dar prioridad a ninguna. ¿Indecisión? ¿Pusilanimidad? Tal vez, pero habituada a la búsqueda continua no me conformo con estas posibles cualidades
La impotencia es una de las heridas del hombre moderno que genera una rabia incisiva contra un ente abstracto y difuso que es el denominado sistema. Porque, constatadas determinadas regularidades que dinamizan y permiten subsistir y desarrollarse a la referida y pesada estructura económico-social, el individuo se siente inmerso y naufragado en un gigantesco océano
Se puede palidecer a causa de espantos diversos: un virus inoportuno que sacude nuestro sistema inmunológico, un acontecimiento moralmente execrable …y también por un estado de temblor nuclear, ante la incertidumbre de qué hacer con ese pálpito que cobijamos en las cuencas de las manos que denominamos vida. Sea como fuere, lo que socava nuestro
Se nos resiste el lenguaje porque se nos resiste el pensar; o, para ser más precisos, rehúsa el sentir esa restricción encorsetada en conceptos que impone nuestra estructura lingüístico-racional, y palpamos la impotencia del decir, la imposibilidad de liberar emociones expresadas de tal forma que puedan ser resentidas por otros. Porque la auténtica comprensión se
La lejanía nos niega la posibilidad de anudar las manos cuando la desventura parece una acechanza obsesiva, dejándonos ávidos del don de la ubicuidad y sacudiéndonos despiadadamente con despecho. Nada cabe hacer desde la impotencia de ser determinación corporal y limitada, más que desbordar empatía y compasión por aquel que, necesitándonos, añora nuestra presencia.