La indiferencia es el peor de los desprecios, aunque en sí misma ni tan siquiera desestime o deteste. Es, precisamente, esta neutralidad o falta de inclinación o repugnancia la que desaloja de todo lugar a quien siente la indiferencia ajena. Si no cabe mostrarse para que el otro se aperciba de nuestra llamada, es que
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Vagabundeando por una urbe, nada desangelada, nos internamos sinuosamente entre los unos y los otros, perdiendo la mismidad, que nos apresuramos a restablecer huyendo del gentío hacia la cueva sagrada de nuestra identidad.
