Esa imagen caricaturesca que representa a nuestra conciencia, rodeada a cada lado por un demonio y un ángel emitiendo voces antagónicas, es sutilmente exculpatoria en la medida en que insinúa que el bien o, sobre todo, el mal de nuestro actos proviene de una presión externa a la que acabamos cediendo. Nuestra culpa es nuestra
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De la culpa solo obtenemos angustia dolorosa, incluso sin ser responsables de nada. De ahí la urgencia de la honradez, ya que quien así vive puede sentirse exculpado y liberado del veneno demoniaco que otros pretenden inocular en él.