Queriendo zafarnos de la presión del entorno, constatamos que, cuando ésta es explícita, nuestras acciones no son sino reacciones defensivas o violentadas por una coacción punzante que no nos deja indiferentes. Cuando esta intimidación se produce de forma velada e implícita, por el contrario, vivimos la fantasía de la acción. Finalmente, no hay acción posible,