Reflexión de marzo de 2019 sobre el lenguaje. Hoy diríamos con más énfasis sobre ese uso performativo, incluso allí donde no debería tener lugar, que construye un mundo plástico y adaptativo a lo que puede preverse como más beneficioso en el mercado y mercadeo de todo, la existencia cosificada en cuanto mercancía. El decir algo implica la
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El decir algo implica la negación del conjunto de enunciados que se contradicen con lo dicho y, por lo tanto, excluir la posibilidad de que tengan lugar la serie de hechos contenidos en esas proposiciones implícitamente negadas. Cierto es que no todo lo expresado lingüísticamente constituye una enunciación, en el sentido de afirmar o negar
Extenúa el continuo ejercicio del pensamiento aunque aprehendamos lo real como objeto, porque el ciclo viciado de repensar sobre lo mismo, no lo modifica. Podemos hacer un llamamiento a colectivos que, no son más que ínfimas piedrecitas, en el acelerado desarrollo y dominio de una estructura mundial injusta desde sus raíces, pero inexorable porque está
Las estrategias de dominación –que ya analizó en su día Max Weber- se han transformado en operaciones subrepticias que trascienden la conciencia del sujeto. Así, la progresiva atomización de la sociedad en grupúsculos que defienden intereses propios y la parcialización de la identidad individual, devienen mecanismos que evitan revueltas o rebeliones más globales y nucleares.
La falacia de que ejercemos nuestros derechos es un trueque mental, idóneo para la sumisión, impostado de deberes como contrapunto
Queriendo zafarnos de la presión del entorno, constatamos que, cuando ésta es explícita, nuestras acciones no son sino reacciones defensivas o violentadas por una coacción punzante que no nos deja indiferentes. Cuando esta intimidación se produce de forma velada e implícita, por el contrario, vivimos la fantasía de la acción. Finalmente, no hay acción posible,
Si instalados en el silencio, sintiéramos los pálpitos acelerados de quien desconfía, reprocha y exige, deberíamos recurrir a la virtud platónica de la templanza, dejar declamar al otro hasta su extenuación y, ya abatido de su absurdo discurseo, hacer de nuestro silencio un lecho plácido para su descanso. Así, reiteradamente, cada acceso de rabia, celos