Tras unos cuantos años leyendo, pensando, sintiendo y escribiendo padezco lo que denominaría “el síndrome del sofista”. Este consistiría en el hartazgo de la palabrería, casi retórica, sobre todo cuanto ha sido objeto de mi inquietud, y respecto de lo cual, mastico con dificultad para poder digerir su disolución en el fluir de lo que
