Creemos necesitar el silencio cuando nos sentimos atribulados por el ruido habitual que nos envuelve. Ansiamos desaparecer, restar en el anonimato para permitirnos el privilegio de no debernos a nadie. Sin embargo, tropezamos con la dificultad interna de difuminarnos; queremos y nos dolemos por ello. Y en ese vaivén confusional testamos lo doloso, esa doblez
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Una solitaria con forma de cinta blanquecina que va creciendo progresivamente hasta enquistarse como un parásito en el interior de un alguien. Este queda metamorfoseado progresivamente y, aunque haya sido invadido por una tenia o solitaria, paradójicamente, no puede subsistir sin interaccionar con otros a los que dañar. Se nutre del dolor que provoca porque
Privados de recursos mentales que simbolicen un propósito vital, solo nos resta el exiguo aliento de rebuscar entre lo sobrio y cotidiano algún “para qué”, suficientemente fascinante como para sustentar la ausencia de metarelatos creíbles.
Para Kierkegaard, “la enfermedad del hombre se debe a que carece de un centro de gravedad interior, lo que le impide mantenerse a flote. La inadecuación hegeliana que arrastra consigo la tragedia se transforma ahora en la desproporción que anuncia la desesperación. Lo que ocurre es que la desesperación, a diferencia de la tragedia, no