Un susurro suave fundido con la brisa, casi imperceptible, que parece repetir: “Nadie te va a oír” como si fuera un viejo oráculo maldito, ya satisfecho y en plena expansión. Un gesto elocuente y brusco que trunca la quietud y el mantra persecutorio. Busca desesperadamente voces diáfanas y reales con las que entrelazar su propia voz. Encuentra, saluda, dice, se expresa, sonríe, se van…ahí resta su angustia llena de amenaza deseando escapar de designio divino.
Oráculo
Etiquetas: Existencia versus soledad
Publicado por Ana de Lacalle
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