Los humanos, como seres vivos, somos mortales. La quimera de superar ese designio es cuestionable, porque sabemos que los beneficiarios de los avances científicos y tecnológicos son, de entrada, un reducido grupo de individuos que poseen el poder económico. Esto podría dar lugar, en el caso de que fuese posible alargar sustancialmente la vida, a una casta de hombres “superiores” que asentados en sus poltronas contemplasen el ciclo natural de la vida en los descastados, pasando a ser estos últimos, con mucha probabilidad, esclavos de deshecho de los nuevos posthumanos. Esta hipotética situación es una distopía indeseable contra la que debemos anteponer criterios éticos. Se puede objetar, a lo dicho, que con el tiempo los avances se van democratizando, pero me pregunto para qué queremos vivir más si no sabemos lo fundamental: qué hacer de bueno con nuestra vida.