Si como asevera Santiago López-Petit “la verdad solo puede ser una interrupción que prepara un desplazamiento”[1]su aprehensión radica en detener el proceso de repetición impuesto, para desvelar en qué sentido esta ha sido tergiversada. Reto ineludible para quien quiere decir del mundo, lo que este vocea a gritos, en lugar de enmudecerlo con un lenguaje tendencioso que nos ubique al margen de la veracidad. Como ejemplo ilustrativo nos muestra la diferencia entre “la participación” en el entorno, o la “implicación”, ya que mientras la primera es una adición al poder establecido, la última es una posición crítica de este poder.
Por ello según los términos que se utilicen como políticamente correctos para referirnos a las cosas, estamos adoptando una actitud u otra, y de ahí se deriva que captar el concepto al que deberíamos asociar determinadas cosas devenga un desplazar el significado, y por tanto, la posición del sujeto frente al mundo.
Este desvelamiento lo realiza magistralmente Nietzsche en su breve obra “Sobre verdad o mentira en sentido extramoral”. Lectura imprescindible para dejar de ser un monigote –según la RAE persona sin carácter, que se deja manejar por otros.
Pero la intención y voluntad del autor, de “Hijos de la noche”, es realizar un análisis exhaustivo y enraizado en la vida misma, de cómo el lenguaje se halla en poder de los que orquestan la vida social y económica, expulsando y marginando a aquellos que no contribuyen clara o diáfanamente –por inconscientes, acaso- en la perpetuación del sistema. De esta forma, parte y ahonda en lo que se concibe como enfermedad y anomalía según los parámetros expuestos, y cómo la búsqueda de la verdad, en el sentido de esa irrupción y desplazamiento que implica, ponen en jaque los prejuicios más arraigados en los individuos.
Acaso todo sería diferente si el lenguaje no constituyera una herramienta de creación y manipulación de nuestra concepción del mundo.

