Los radicalismos pueden derivar en fanatismos cuando la adhesión ideológica es esencialmente emocional. Si, por el contrario, la fidelidad incondicional a un sistema de creencias es la resultante de una reflexión crítica, esa radicalidad no es más que convincente coherencia entre los principios interiorizados y la acción.
En consecuencia, cuando calificamos a alguien de radical deberíamos contextualizar en qué sentido lo hacemos, porque mientras que el fundamentalismo es reprobable y deleznable, la coherencia vital sería un desiderátum exigible, siempre en la medida de nuestras posibilidades y considerando el supuesto empírico de que querer no es identificable con poder.
Así, la ambigüedad del lenguaje exige, a veces, enmarcar los conceptos usados para delimitar con rigurosidad su significado, sobre todo para no incurrir en generalidades que acostumbran a ser desajustadas atendiendo al sujeto en particular.
