Todos somos tránsfugas en esa dicotomía que nos resquebraja, deambulando de una esfera a la otra y asumiéndonos en perpetua contradicción. Como Beckett agoniza cuando relata “No soy yo, no puedo ser yo. Pero ¿acaso sufro, sea yo o no, francamente, acaso hay sufrimiento?”[1] O ¿nos hallamos ante la vertiginosa estrategia, inconcebible, de ser sin padecer? Poco sabemos, “Pero el otro que es yo, ciego, sordo y mudo, charla de que estoy aquí, charla de este negro silencio, charla de que ya no puedo moverme ni creer que esta voz sea mía”[2], es decir, somos el intento de no-ser luchando contra el imperativo de ser, lo cual nos proporciona la certeza de que seamos cómo seamos, somos. Ahora, se despliega ante nuestra perplejidad el reto de querer y actuar integrando lo paradójico, pero no contradictorio y por ende, posible.