“No me estoy enterando de nada” fue la sentencia con la que abandonó su estado onírico y se incorporó a una vigilia cansada. Desconocía si era un reproche contra el disfraz de relato ficticio que adoptaba el sentido latente de sus pesadillas, o por el contrario un lamento por su incapacidad de comprender. Sea como fuere, mientras se deleitaba a sorbos con el primer café, no podía desprenderse de cierta sensación de enojo. Tal vez, por el insomnio que le producían sus reiteradas pesadillas, o porque sus intentos de indagar y desvelar qué tormenta mental experimentaba eran vanos. El dormir se había metamorfoseado de un estado plácido, de desconexión y fuga, a breves periodos de agitación turbulenta, y ese abrupto giro parecía una premonición de que iba a emerger el monstruo que temía albergar dentro de sí, o quizás el ser enclenque y desvencijado que en realidad era. Lo que se le antojaba claro y nítido era que de lo único de lo que no se puede huir, es de uno mismo.
Fuga imposible
Publicado por Ana de Lacalle
Escritora alacallefilosofiadelreconocimiento.com Ver todas las entradas de Ana de Lacalle
