Peregrinamos por parajes indeseables como expiando culpas ignotas, quizás inexistentes, atribuidas por nuestra condición de humanos. Esos seres que nos concebimos en falta originaria testificada por mitos, alegorías, que pueden no ser más que la conciencia de la imperfección y de la maldad que anida en algún recodo de nuestra alma. Pero siendo obvio que no somos esos dioses ideados para especular nuestros deslices, nos hallamos acaso en una situación insuperable, ya que humano imperfecto parece lo propio de esa condición mediocre, y acostumbramos a confrontarlo como si de un oxímoron a superar se tratase, porque anhelamos ser dioses.