Silencio contra la vacuidad

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En el silencio parece percibirse el estatismo perenne, como si cuanto hay fuese a restar igual.  Una se siente engullida por esa quietud, cual infinito y monótono existir sin aliciente. Mas, tan solo es apariencia poseída de contundencia, que nos induce a dudar de si arribará un instante distinto, un punto de inflexión en el que percibiremos la falsa sensación, inoculada por este silente estar.

Nos atemoriza no oír más que la resonancia interna, que fluye en contraste con lo externo con una movilidad desnortada. Y, quizás, necesitemos de estos períodos en los que anulado lo externo -por su inmovilidad- prevalezca la forma nítida o turbia de nuestro ser vertiginoso, para insuflarnos calma, orden y claridad. Es decir, espejearnos para reconocernos y modularnos.

Porque, si el tránsito voraz del existir nos revoluciona hasta no dejarnos ser, dentro de un referente identificable, yacemos sometidos y condenados a la insustancialidad y al fácil manipuleo por parte de lo ajeno; estando sin ser.

Así, el pavor que nos pueda provocar el silencio absoluto no es más que el pánico a no reconocernos siendo. A restar como marionetas vapuleadas por voluntades alienas que se sirven de nuestra identidad desleída.

En el silencio se produce una efervescencia de lo escaso y lo excesivo, y tan solo desde el realismo podremos reconstruirnos  por propia voluntad, con esfuerzo, tesón y convicción.

Plural: 4 comentarios en “Silencio contra la vacuidad”

  1. Silencio, que no nerviaciones adormiladas y ajenas a las percepciones. En realidad, nunca se escucha y se siente tanto como en y desde el silencio y nunca la consciencia de uno mismo/una misma es tan explícita y minuciosa.

    Un artículo genial, Ana.

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  2. Durante los días más complejos de esta cuarentena, buscaba silenciar el silencio con música, o con el ruido de la cotidianidad entre estas cuatro paredes; una semana después perdí la batalla porque ese ruido que provenía de mi voluntad era demasiado ruido. Hoy doy gracias a este silencio que sigue intermitente en mi espacio, porque me ha hecho crecer.

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