El Dios gastado

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Que el hombre es el suicidio de Dios se deriva de las palabras del mismísimo Mainländer en su intento por resolver la relación problemática entre el ser humano y un Dios desaparecido, cuya huella resta grabada en el mundo.

Varios han sido los que han constatado la presencia de Dios en todo lo que nos rodea, precisamente en base a su ausencia. La cuestión me ha suscitado la sospecha de que estas consideraciones no eran más que retórica que pretendía justificar a un Dios que se muestra impasible, desgarradoramente “ausente” ante el salvajismo y la barbarie que los humanos realizamos cada día; es decir hacemos presente el mal -incluso aquel que nos hubiera costado imaginar- lo encarnamos como realidad de la que nadie puede zafarse, bien sea como verdugo o víctima, o alternativamente como ambos.

La pregunta ante este panorama indescriptible es ¿dónde está Dios? Y una respuesta recurrente ha sido que precisamente se halla allí donde el mal se expresa en toda su intensidad, porque siendo la negación de Dios, lo hace presente en cada gesto que lo expulsa del mundo. Es ahí, según algunos donde más echamos de menos la presencia del Dios que nos prometió la salvación, porque su falta implica la atroz y despiadada presencia de la maldad.

Sin esa Fe de la que hablan los cristianos, esta perspectiva no es digerible por ningún intelecto lúcido, más que como retórica manipuladora. De esto extraigo que la explicación, si es que hubiera Dios, más plausible es la que nos brindó Mainländer.

A saber, y según una intuición subjetiva que puede estar hendida por el contexto presente, la humanidad no puede ser más que la descomposición ínfima de un Dios que siendo cuanto debía ser, por lo tanto, puro ser, estar, estabilidad, se apercibió del absurdo que implica ser sin que este acontezca. Tedio sumo que quiso suprimir dándose, apareciendo y disgregándose en ínfimas partículas que no son más que cada individuo humano en movimiento, vida y acción. Este suicidio, porque es la expresión más ajustada, comporta su ausencia marcada progresivamente por el mismo desgaste de la vida humana que se debate por subsistir -existir pasivamente sería su aniquilación debido a las fuerzas naturales-. Esta lucha, casi darwiniana, por la subsistencia conlleva la instrumentalización del otro, como simple herramienta a mi servicio. Con el tiempo los restos de Dios son nada, su presencia es ausencia absoluta que tiende al vacío por el recorrido de autodestrucción de la especie humana. Si Dios era las partículas humanas y estas se autodestruyen solo resta la nada absoluta.

La cuestión es si podemos creer en un Dios que comete tal torpeza. Entendiendo que, si él opta por disolverse y desintegrarse, y es omnipotente ¿qué podía esperar de millones de partículas suyas que disgregadas no poseen ni el conocimiento divino ni la capacidad de discernimiento? ¿podían hacer otra cosa que autodestruirse como el mismísimo Dios? La conclusión es que o no hay Dios, o Dios quiso dejar de ser y no somos más que víctimas sin conciencia de nuestro tedioso origen. Pero ¿qué sentido tiene este relato? ¿Contribuye al surgimiento de una vida más digna para la gran mayoría de humanos? El hecho de que Mainländer se suicidara a los 34 años, debería ser causa suficiente para afirmar que no, que de este aburrimiento y tedio cósmico no podía generarse nada fructífero.

Ahorrémonos pues, mitos y leyendas que por muy alegóricas que sean solo pueden aumentar la desesperación y el vacío humanos. Existir ya es un fenómeno en sí mismo desquiciante.

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