Matar al «padre»: Stendhal, Nietzsche, Maillard

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“¿Acaso yo mismo estoy un poco envidioso de Stendhal? Me quitó el mejor chiste ateísta, un chiste que precisamente yo habría podido hacer: «La única disculpa de Dios es que no existe…». Yo mismo he dicho en otro lugar: ¿Cuál ha sido hasta ahora la máxima objeción contra la existencia? Dios…”

Nietzsche. Ecce Homo. Alianza editorial. Madrid 2011. Pg. 57

Este fragmento de Nietzsche presenta una curiosidad que vamos a destacar. Su referencia a Stendhal[1] es significativa porque la frase a la que alude el pensador alemán se le atribuido erróneamente a él, por lo que el reconocimiento de la supuesta envidia que siente porque el novelista francés le quitó el “mejor chiste” -según la traducción de Sánchez Pacual- es sin duda alguna el testimonio de que quien formuló originariamente esa idea fue Stendhal y a partir de ahí se han generado otras variantes de la misma idea.

No obstante, la que parece utilizar Nietzsche como una frase equivalente a la del escritor francés, entiendo que presenta un matiz diferenciador. El autor alemán está afirmando que la objeción, el escollo, la dificultad de la existencia, ha sido Dios; no, por ende, que este quede disculpado por no ser más que una idea sin realidad alguna.

Nietzsche se centró en la idea de “la muerte de Dios” -que cabe decir no es del todo originaria de él, en cuanto Dostoievski y Mailänder pensaron a partir de esta muerte divina- para expresar la caída no solo de la creencia en un Dios que impedía la auténtica vida al hombre, motivo por el que este necesita matarlo, sino también como decadencia y disolución de los valores absolutos derivados de la cultura judeocristiana.

Así, “matar a Dios” es superar las restricciones morales impuestas como verdades en sí en la cultura occidental, e iniciar un proceso de secularización de la sociedad en la que es el propio hombre el que se dota a sí mismo de valores. Esto obviamente no es tan simple, y Nietzsche no era un ingenuo, ya que superada la rémora de la moral cristiana quedan otros factores que se imponen e inoculan al individuo, como valores de los que a veces no posee ni conciencia. En este sentido el desarrollo científico-tecnológico y el supuesto saber derivado intentan imponerse por su voluntad de poder también como verdades, por lo que su prioridad no es el conocimiento sino el dominio del individuo que resta sometido a los dictámenes de la ciencia como si de un absoluto se tratase. Esto mismo sucede con cualquier ideología como el marxismo o la misma democracia que en las sociedades laicas se encumbra como un ideal indiscutible; cuando bien analizados ambos proyectos pueden revelarse como formas de debilitar al individuo, anularlo y diluirlo en un colectivismo que como masa desorientada. que siempre es dominada por alguien, nada puede ni decide. Solo cada sujeto, cada humano es el legislador de sí mismo, teniendo la afirmación de la vida como el máximo valor, con toda su intensidad apolínea y dionisiaca -lo racional y ordenado, y la pasión, el deseo, lo instintivo- sin negar el elemento dionisiaco que es lo que la racionalidad occidental en cualquiera de su forma, desde Sócrates, ha procurado extirpar, como si no fuera propio de la vida humana.

En esta retórica de superación de una forma de entender la vida precedente, el término “matar” fue utilizado también por Chantal Maillard en su obra “Matar a Platón”.  Lo que pretende la poetisa y filósofa es sugerir mediante la palabra poética un instante estremecedor, vital, que no puede ser definido mediante la razón, ni sus abstracciones vacías; por lo que apuesta por lo concreto que tiene lugar en el momento presente, buscando a través de la poesía su forma de expresión más elevada. En clara, pues, conexión de alguna manera con Nietzsche y otros materialistas -en el sentido de negar lo trascendente- y situar lo prioritario en el aquí y el ahora que sostiene y soporta el humano como ser particular y concreto.


[1] Stendhal, Rojo y Negro. Se considera el inicio de la novela psicológica, influye notablemente en autores como Tolstoi y André Gide  

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