El alma se va des-almando a base de zarpazos a traición que la disuelven, la disgregan como partículas insignificantes que ya no constituyen nada. En el éter ondean sin sentido ¿Cómo puede tenerlo aquello que no es? Y la remembranza de Mainländer y su Dios suicida aletea incisivamente en mi mente. Quizás, somos simplemente los
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Según Nietzsche, sentirte “hijo de Dios” no deja más alternativa que vivir como Jesús enseñó a vivir, el cual no hizo sino eso: mostrar la forma de vida de los hijos de Dios. Estas palabras tienen una implicación en el pensamiento nietzscheano, porque muestran que ser cristiano es una apuesta definitiva por una lucha coherente
“¿Acaso yo mismo estoy un poco envidioso de Stendhal? Me quitó el mejor chiste ateísta, un chiste que precisamente yo habría podido hacer: «La única disculpa de Dios es que no existe…». Yo mismo he dicho en otro lugar: ¿Cuál ha sido hasta ahora la máxima objeción contra la existencia? Dios…” Nietzsche. Ecce Homo. Alianza
Me sorprende y a la vez me intriga que haya intelectuales que desarrollen discursos inacabables sobre “Dios”. En particular filósofos que considero de enjundia y cuyas reflexiones en otros aferes son admirables, al margen de que se pueda o no disentir en algunos aspectos. El caso es que siempre me he preguntado ¿de qué hablan?
La certeza se filtró por los poros de la impotencia, tal como un fluido se expande libremente sin posibilidad de encapsularlo en un perímetro de seguridad. Así, sin apercibirnos de la inconsistencia de las afirmaciones proferidas, creíamos avanzar en busca de un horizonte rigurosamente perfilado. Ufanos, engreídos, boceábamos verdades por doquier que ratificaban nuestra condición
En algún recodo de nuestra mente, todos desearíamos que los Reyes Magos fueran reales. Que anualmente compensaran el esfuerzo y la generosidad, la bondad de aquellos que no viven centrifugados en su ego, sin importar la renta familiar, ya que no todo lo que podríamos pedir sería de índole material. Que fueran esa fugaz luz
Quien fantasea sobre virtudes sin poseer ninguna, de hecho, es como quien sermonea con autoridad sobre Dios, del que lo máximo que puede es dudar.
El ateo no concibe un dios y no puede creer en lo inconcebible. El creyente no puede inteligir desmembrando el dios en que cree.
Dedicar páginas a pensar e indagar sobre lo que sea o no Dios, ¿no es un ejercicio baldío que en algún caso nos lleva a no sentirnos dignos y en otros a contemplar el cielo como si ya viviéramos en el limbo? Acaso seamos humanos antes, y tras ello busquemos lo divino o lo eterno.
No es mérito alguno preguntarse por la historia que aún nos queda por escribir y augurar un estrecho margen por el que parece que pueden derivar, principalmente, los acontecimientos. Como ya advirtió Yeats[1]: “(…) después de nuestros versos Después de todo nuestro tenue color Y nuestro ritmo nervioso… ¿Qué más es