La Filosofía y la tragicomedia de la vida.

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IMAGEN: FUNDACIÓN SONRÍA

Nadie pide nacer. Simplemente porque cuando no se es, no puede haber manifestación en ningún sentido, ni por supuesto voluntad que reclame. Sin embargo, en momentos de desesperanza y sobrecarga emocional en los que sentimos que no podemos con la existencia, esta frase se utiliza como un reproche.

Esta recriminación es un quejido al vacío, ya que a menudo no está destinada a los padres sino a una fantasía en la que la vida se personifica, como si fuese un ente que decide quién nace y quién no.

Mas, sabemos que cada uno de nosotros es un individuo único resultado de un acto sexual en el que se dieron las condiciones para la fecundación, y además ese embrión es a su vez resultado de una recombinación genética y del azar. Solo podemos nacer, como nosotros, en una única confluencia de factores, porque unas horas más tarde el coito daría lugar a otro individuo que no soy yo.

¡Somos tan azarosos! Y por ello tan únicos que la desidia nos lleva a constatar, a la vez, nuestra contingencia. Debido a esta eventualidad podemos lamentarnos de la mala fortuna que nos llevó a nacer, sin que eso por mucha rabia que sintamos en algún momento podamos reprochárselo a nadie. Si no hay un “quien” sobre el que verter nuestra desazón y atribuirle la responsabilidad de nada sirve ese quejido.

Así, habiendo nacido, lo más beneficioso para el individuo es aceptar que está existiendo y apercibirse de qué limita sus decisiones/acciones y también de margen a menudo menospreciado que poseemos en realidad de decidir y actuar. Claro está que aquello que decidamos, en cuanto de esa determinación se derivan acciones, tiene sus consecuencias. Pero como bien decía Sartre, es imposible no decidir, ya que la no decisión, la pasividad ya constituye una decisión concreta, con sus derivaciones.

Cioran afirmaba que hay en el hecho de nacer una ausencia tal de necesidad, que cuando se piensa en ello con un poco más de detenimiento, a falta de saber cómo reaccionar, uno se queda con la boca abierta.[1]Pero incluso el filósofo, calificado de pesimista a ultranza, admite que el apesadumbrarse sobre el nacimiento es sólo el gusto por lo insoluble llevado hasta la insania

Es decir, siendo un hecho sin retroceso el haber nacido, hundirnos en el bucle de la pesadumbre solo puede llevarnos a un estado insano. De tal manera que, existiendo ya, nuestra energía debe volcarse en intentar llevar una vida lo menos dolorosa posible.

En una conversación con Gerd Bergfleth, declara Cioran que ante el desprecio de la vida que un amigo le confesó, le hizo una consideración: Si quieres un consejo, aquí lo tienes: cuando no puedas reír, y sólo entonces, deberás matarte. Pero mientras seas capaz de hacerlo, espera aún. La risa es una victoria, la verdadera, la única, sobre la vida y la muerte.[2] Curiosamente, aunque sin motivos claros por los que vivir, mientras seamos capaces de disfrutar de momentos gratificantes, solos o en compañía de otros, la muerte puede esperar. Siempre es un recurso que, como el propio filósofo franco-rumano confesaba, nos permite vivir. Así es que si hemos logrado llevar una existencia que comporta diariamente y por los motivos que sean carcajadas, risas y goces ¿por qué no permanecer disfrutando de estos? Aquí, hay una cierta reminiscencia de Nietzsche en cuanto la carcajada, la risa y el baile —elementos dionisiacos de la vida— poseen la suficiente potencia para sostenerla. Obviamente, no tiene la misma fuerza ni vitalidad en Cioran que en Nietzsche, pero sí es cierto que finalmente parece que se abra un resquicio en el pensamiento del primero en el que hay experiencias por las que vale la pena mantenerse vivo. Y, tal vez, este resquicio de una tímida apología de la vida se le escurre a Cioran por la experiencia misma que él tiene de ella. Sobre todo, si recordamos que según los que le conocieron —Fernando Savater, por ejemplo— lo caracterizaban como una persona afable y con un gran sentido del humor.

Esto nos lleva a plantear que quienes renuncian a grandes causas por las que vivir, algo tan nimio como puede parecer el humor acaba constituyendo una base sólida sobre la que sobrellevar una existencia tolerable e incluso gratificante. Es tal vez la filosofía de las pequeñas cosas, ya que las grandes parecen haberse disuelto dejándonos en el abismo.

Sin embargo, como decía Wittgenstein: «Una obra filosófica seria debería estar compuesta enteramente de chistes.» No hay mejor vehículo que el chiste para ayudarnos a comprender las trampas del lenguaje, para hacernos pensar con una sonrisa o una carcajada, para colocarnos delante el espejo de nuestro propio yo y de la sociedad, pues el chiste es siempre una proyección del subconsciente colectivo, de sus miedos, de sus odios, de todo aquello que el estado reprime y acaba aflorando en un estallido de libertad e insolencia.[3] Y es aquí donde vamos a parar al pensamiento irónico, ácido y subversivo del peculiar filósofo Slavoj Žižek, el cual publicó inclusive una obra que tituló “Mis chistes, mi filosofía”. A pesar de que, a mi juicio, el acertijo lógico con el que inicia la obra es provocador e innecesario en su ejemplificación, ya que bien podría haber usado a un hombre como objeto a ser follado —y me remito a la literalidad de la traducción de su texto, que nadie se escandalice—, no deja de ser innovador que suponga y pretenda que su filosofía puede ser expresada mediante chistes, por ejemplo:

LA FUNCIÓN DE LA REPETICIÓN queda perfectamente ejemplificada en un viejo chiste de la época socialista, en el que un político yugoslavo va de visita a Alemania. Cuando el tren pasa por una ciudad, le pregunta a su guía: «¿Qué ciudad es ésta?» El guía le contesta: «Baden-Baden». El político le responde de mala manera: «¡No soy idiota, no hace falta que me lo diga dos veces!»[4]

Así, los chistes tienen una función social importante y, por ende, también en la forma de desplegar una filosofía que puede tener ácidos elementos trágicos. Por lo que Enrique Zamorano asevera que:

En definitiva, el humor puede cambiar, evolucionar y adaptarse. De hecho, tiene rasgos generacionales, ya que hay algunos ‘memes’ que carecen de sentido para personas que siempre se han reído a partir de los chistes que contaban los demás. Lo que nunca cambiará ni desaparecerá, por mucho que se transforme el formato de aquello que nos hace risa, son las cualidades que hemos descrito. Y que, de algún modo, nos salvaguardan de un pensamiento sumamente solemne y trágico que haría que todo nuestro mundo se viniera abajo en cuestión de minutos. Por tanto, riámonos mientras podamos sin caer necesariamente en el cinismo, por el bien de esta gran comedia humana y su tendencia a la hilaridad.[5]


[1] Cioran, E. Del inconveniente de haber nacido. Ed. Taurus.

[2] Cioran, E. Conversaciones. Ed. Fábula Tusquets

[3] https://www.anagrama-ed.es/libro/compactos/mis-chistes-mi-filosofia/9788433960153/CM_721

[4] Žižek, S. Mis chistes, mi filosofía Ed. Anagrama.

[5] https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2020-07-29/filosofia-humor-rasgos-definen-sentido-comico-vida_2683267/#:~:text=Para%20%C3%A9l%2C%20la%20diferencia%20entre,ante%20la%20mirada%20del%20otro.

Plural: 7 comentarios en “La Filosofía y la tragicomedia de la vida.”

  1. ¿O sea cómo? ¿Un filósofo contando chistes? ¡¡Antinatural!!! ¿Ahora resulta que su amargosidad es humor disfrazado para despistar al enemigo? Deberían dejar el aula y entrar al stand up comedy…a ver si así ya producen algo «útil» y no estás reflexiones tan «peculiares»…San Groucho Marx nos ampare!!!… ( Mi otro Yo confundido con nuestra versatilidad ante la vida…)

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