¿POR QUÉ NO HACEMOS UNA REVOLUCIÓN?

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La pregunta parte del implícito de que tal vez una revolución sea necesaria. Es cierto que todas las revoluciones a lo largo de la historia han sido sangrientas y nada más lejos del deseo de muchos es desatar una guerra de unos contra otros. Así, lo primero que habría que clarificar es de qué tipo de revolución hablamos, qué estrategias se usarían y, lo fundamental, cuál sería el fin de esa revolución y qué, en definitiva, se considera irrenunciable cambiar.

Una primera anotación genérica sería que es inexorable transformar las condiciones políticas de la existencia, porque conllevaría o se intentaría eliminar lo que en occidente se conoce como el precariado y, por supuesto y su manifestación máxima que es la pobreza. Nadie puede, con un cierto sentido común, negar el aumento y el enquistamiento de este estado de exclusión y marginación que padecen muchos seres humanos, en occidente y con mucha más virulencia y devastación en los países más pobres. Aquellos que se han denominado durante décadas del tercer mundo y que últimamente han sufrido un cambio de denominación. La expresión tercer mundo puede tener muchas connotaciones peyorativas, sin embargo, no hay que ocultar que el occidentalismo, al considerarse el modelo a seguir por todos, dio paso a una categorización, que reflejaba el grado no solo de desarrollo, sino yo diría de importancia en el orbe plantearía. Y, nos guste o no, eso sigue siendo así: los países que ahora denominamos pobres no tienen la prioridad en las políticas de los que por ser más ricos podrían apoyarles, o al menos dejar de explotar sus recursos y su mano de obra para hundirlos más en la miseria. Los eufemismos no cambian las realidades concretas. Y, a parte de tener la función de encubrir lo que sucede, se ha utilizado esa laxitud en la denominación no-occidental del mundo  para llevar a cabo una globalización económica que, visto lo visto, sirve para que las grandes corporaciones saquen más beneficios, con menos costos y se enriquezcan aún más.

¿Por qué no hacemos una revolución? Recuperando la cuestión inicial. Podríamos señalar diferentes motivos, aquí vamos a destacar algunos de los que están operando como ideologías o formas de relación social, incluso de manera inconsciente en los ciudadanos.

1,- El individualismo inoculado que lleva a cada uno a protestar tímidamente, en cuanto la queja se queda en el ámbito privado y pocas veces se manifiesta públicamente. Sumado a que cuando el individuo mejora su situación, rápidamente huye del lado de los afectados.

2,- La atomización de las causas en grupúsculos corporativistas que no elevan la vista más allá de sí mismos y que no luchan por cambios estructurales que beneficiarían a la larga a todos los colectivos.

3,- la falta de esperanza de que nada pueda ser cambiado, entre otras razones por la poca autoconciencia de que los muchos pueden hacer temblar el trono de los pocos, si se lo proponen, mediante acciones que, sin ser violentas, pongan en riesgo la estabilidad de los auténticos poderes enriquecidos que, de facto, operan.

Por imaginar situaciones hipotéticas, algo propio de algunas filosofías, supongamos que los trabajadores, la fuerza de trabajo sin la que el sistema del capital no puede fluir, abandonara sus puestos de manera indefinida hasta que se efectuaran cambios sustanciales. Por mucha tecnología y mecanización que haya en el proceso productivo, hoy -no sabemos en el futuro- la fuerza de trabajo sigue siendo imprescindible; sin ella queda todo paralizado. Tenemos una experiencia reciente durante el confinamiento en la pandemia por el covid19. En esos momentos hubo muchos sectores que se paralizaron, pero no todos porque seguían funcionando los denominados esenciales -algunos de los cuales eran discutibles-. Si emulando el parón pandémico, se pactara una semana de parón total por parte de todos los que trabajan para tercero e incluso de pequeños autónomos que con dificultad subsisten ¿Qué pasaría? ¿Despedirían a todos, en todos los sectores?

La lucha más eficaz no es la protesta contra el poder político, en alto grado está sometido al poder económico, sino contra este último. La revolución podría llevarse a cabo de muchas maneras pacíficamente, en principio. Lo que se pondría en riesgo no es la vida amenazada por armas de fuego, sino por la falta de recursos alimentarios que experimentaríamos, ya que evidentemente sería el arma que se utilizaría contra los sublevados. Pero todo es previsible hasta cierto punto. Lo que falta es voluntad de quienes poco tienen que perder y liderazgos que sacudan la desvinculación social que el propio sistema genera para evitar, precisamente, que los que no tienen se unan para luchar contra él.

He llevado a cabo una supuesta e hipotética forma revolucionaria entre las muchas que se podrían sugerir, siempre y cuando haya conciencia colectiva de los muchos que desean cambiar la situación de desigualdad económica desmedida que socava la sociedad, y muchas sociedades.

Lo que falta es convicción y conciencia colectiva de que es necesario frenar el curso de los acontecimientos antes de que sea más tarde.

Ahora bien, tras esta reflexión alguien podría preguntarse si la filosofía debe ocuparse de cuestiones fenomenológicas como la pobreza, la necesidad de una revolución,…Entiendo que la pregunta es absolutamente pertinente, así como la observación de que la filosofía, en cuanto se ocupa de lo humano -como mínimo- debe pensar y repensar las condiciones necesarias para que la existencia del humano sea posible -sin existencia ya no hay nada de qué hablar- y, además, de cuáles son las condiciones mínimas que racionalmente pueden ser aceptadas para que esa existencia sea, como mínimo, deseable, pueda ser querida por no ser insoportable. Aquí la filosofía sí tiene mucho que apuntar, porque, más allá de lo empírico, está demarcando las condiciones mínimas que deben darse en una determinada organización político social, a fin de que lo que allí acontezca sea éticamente aceptable. Y será ético si permite que la existencia no sea una carga de la que estamos deseando huir.

Para finalizar recomiendo, por oportunas en muchos sentidos, la lectura de dos novelas de José Saramago que, aunque pueden ser leídas independientemente, resultan más sugerentes, si cabe, leídas una en relación con la otra. Las menciono según el orden de lectura, en las que el autor las escribió, y que guardan contenidos significativos y relevantes, en sí mismos, y en paralelismo con lo expuesto en este artículo: Ensayo sobre la ceguera, y Ensayo sobre la lucidez.

Plural: 2 comentarios en “¿POR QUÉ NO HACEMOS UNA REVOLUCIÓN?”

  1. Reblogueó esto en Andando tras tu encuentro…y comentado:
    Impecable entrada!! Una visión certera de que en terminos pacificos y silencio; puede salirse de la mansedumbre de bajar la cabeza para permanecer en un sistema abolutamente injusto y miserable. Gracias Ana de Lacalle acertadisima en cada concepto como siempre!! Un cálido saludo.

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  2. Una revolución es necesaria. El poder, los ricos y el sistema que lo sustenta, no nos lleva a otro camino que a la extinción. La sobreexplotación de los recursos limitados, y el crecimiento exponencial de la población conduce hacia ese final. La avaricia de los poderosos no tiene cura. ¿ qué se podría hacer ?. Cambiar las cosas, evitar la codicia, prohibirla. Aún nos queda la democracia, que tiene la gran ventaja de que se haga lo que diga la mayoría. Si unas plataformas ciudadanas votasen a los partidos que introduzcan sus propuestas, se harían ley, y por tanto obligatorias, así se podría hacer una revolución dentro de la ley, y haciéndose lo que diga la mayoría. Ejemplo, una plataforma que diga que se eliminen las bolsas, pues sólo trae problemas ( última crisis financiera), y sólo beneficios para los ricos. Que se prohíba la especulación. Esto dañaría el corazón del actual sistema y lo modificaría. Quien quiera más beneficios que invierta, pero que no especule.
    Y así con cualquier otra propuesta que se planteen en ese tipo de plataformas. En las elecciones se votaría a los partidos que incluyan esas propuestas de obligado cumplimiento. Es revolucionar el sistema, dentro del sistema, utilizarlo, sin que las oligarquías de poder puedan impedirlo, ni siquiera sus títeres, los partidos políticos.

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