«El síndrome del sofista»

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Tras unos cuantos años leyendo, pensando, sintiendo y escribiendo padezco lo que denominaría “el síndrome del sofista”. Este consistiría en el hartazgo de la palabrería, casi retórica, sobre todo cuanto ha sido objeto de mi inquietud, y respecto de lo cual, mastico con dificultad para poder digerir su disolución en el fluir de lo que se impone como real.

Toda palabra encadenada para transmitir experiencia, reflexión arraigada en la existencia, acaba siendo un sonido de fondo que ni tan siquiera cumple con su condición: ser escuchado. La futilidad de cuanto decimos con la voluntad de sacudir conciencias, y que eso revierta en acciones consecuentes, refluye -en término zubirianos, en nosotros mismos- constituyéndonos en individuos impotentes, cansados, …y creo que sin más palabras. La memoria -al menos la mía que está más que mermada- resta como testimonio en publicaciones, y  me sorprende con escritos que me resultan actuales, aunque tengan diez años, y producen la conciencia de la vacuidad del decir que se agudiza con el tiempo.

Probablemente, tengo poco que decir y ya lo he dicho, sin embargo, lo que me hace sentir un sofista -en su sentido más peyorativo- es la constatación de que en estos años han brotado palabras a borbotones y podrían seguir haciéndolo, adaptando la terminología a los nuevos contextos. Ni siquiera he sido una buena sofista, ya que convencer no creo haber convencido -tampoco es la función de la filosofía- y ni tan siquiera creo haber contribuido a que nada se tambalee, se cuestione con seriedad, y con otros muchos colegas hayamos movido un ápice los cimientos de piedra de un sistema social y político que nos tiene sometidos, inclusive cuando sabemos que lo estamos.

Me hallo en el lamento, en la conciencia de la miseria humana cuya impotencia es sublime; sin embargo, desconfío en que podamos salir de laberinto alguno, porque me temo que el mundo es un entramado de laberintos con intersecciones que solo posibilitan nuestro deambular en los márgenes que determinan, y que el momento del baile es una noche de borrachera que absolutiza el presente para no sufrir, por lo que ya ha acontecido y por el recorrido sin salida que nos aguarda.[1]


[1] Hago alusión al pensamiento de Ricardo Espinoza Lolas que, en su obra “Ariadna, una interpretación queer”, editorial Herder, Barcelona 2023. En este ensayo recupera el mito de Ariadna en su originalidad griega y lo relee como paradigma de comprensión de nuestros tiempos.

Plural: 6 comentarios en “«El síndrome del sofista»”

  1. El viejo dilema: ¿ser sofista o ser filósofo? ¿convencer con bellos discursos o con verdad? Mis estimados filósofos, según el evangelio de San Narciso ( El like os hará libres o trending topic) el triunfo se lo llevaron los sofistas, pues en toda la red están predicando esa bella doxa que vende bien…sorry mejor suerte para la próxima reencarnación en Influencer….Sorry mi otro Yo que gusta d ehacer leña con el árbol caído…besos al vacío desde el vacío

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  2. Un beso vacío de la nada de nadie. El dilema es, ¿es satisfactoria? Estaba bebiendo mi café y leyendo este artículo. Y pensé en el artículo durante mi descanso de la siesta. Estaba escuchando a un locutor deportivo en la radio. Es cierto, ya estoy escuchando la radio en la computadora. No a través del cuadrófono de las buenas viejas grabaciones de los 70… El locutor gritó, ¡gol!
    Este artículo es más.

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