Imagen extraída de: https://poematrix.com/autores/la-poeta-gotica/poemas/el-bien-y-el-mal
No puede garantizarse la presunción ingenua de que nadie desea el mal del otro, si así fuese la maldad sería directamente proporcional a la incompetencia, pero la constatación es que éste presenta un índice de crecimiento superior al conjunto de habitantes de la tierra, por lo tanto la maldad no reside en la incompetencia de un subconjunto de individuos sino en el corazón de un subconjunto mucho mayor.
Ana de Lacalle, junio de 2017. Filosofíadelreconocimiento.com
Este anagrama escrito hace ya seis años, y antes de haber publicado la novela “El mal que nos hacemos”, constituye un trazo grueso de lo que iba elucubrando ante un fenómeno, constatado y constatable, que es el de la maldad humana. Pensadores como Hobbes, Schopenhauer conciben como propio del ser humano el egoísmo, ya que, cada uno con argumentaciones distintas, debemos reconocer que preserva la supervivencia en determinadas condiciones mínimas, sobre todo en coyunturas muy adversas.
Dicho esto, admitimos que el egoísmo en cuanto busca y prioriza el propio bien puede ser generador de mal para otros individuos. Este ego, que parece incrustado en nuestra condición biológica, se mostraría incompleto si no llevara al individuo a velar por el bien de la especie, que biológicamente es lo prioritario. Si hay una base biológica, una animalidad humana, que no podemos obviar, es cierto que propio de ese animal es la necesidad social, de nexo, lazos y vínculos con los otros sin los que -aunque sea por egoísmo- no podemos vivir.
Para mayor insistencia en esta vertiente social, la cultura desarrollada por ese animal que piensa mientras siente, piensa lo sentido, siente sin poder pensar a menudo, va imponiendo la exigencia de lo comunitario como la posibilidad de que cada individuo pueda desarrollarse junto a otros humanos, propiamente como tal.
La comunidad, unión con los otros, siendo humana se estructura para satisfacer en bien del conjunto. Sin embargo, nuestro instinto de vida, nuestra desconfianza del otro no se evapora en el seno de ninguna comunidad, con lo que debemos continuar previendo la posibilidad de que del corazón de un individuo surja la necesidad de hacer el mal al otro, con vistas a evitar el propio. Así, la maldad que está en la voluntad y la acción de cada individuo debe ser contemplada con el fin de minimizarla en el seno de toda comunidad. La bondad natural del hombre rousseauniana -que parece conservarse en algunos paradigmas pedagógicos- está caducada por constatación empírica -observando por ejemplo el comportamiento de niños muy pequeños-. La razón es sencilla: desde que nacemos iniciamos el proceso de culturización y saber si provistos de todos los cuidados y satisfechas todas las necesidades -circunstancias que no se da en la Naturaleza, por otra parte- hubiésemos sido ese niño bondadoso que evoluciona siempre con un sustrato de bondad, es un supuesto imposible de contrastar.
Antes bien, la experiencia nos inclina a asumir que la condición humana, como realidad abierta, puede realizar una diversidad de posibilidades -aunque estas estén reducidas por el contexto- y que nuestra voluntad y nuestras acciones para no ser nocivas para el resto, deben pasar el cedazo de la deliberación ética. ¿Desde qué paradigma ético extraemos los criterios para la reflexión? Aquí, tal vez, solo podamos recurrir a la reflexión que planteaba en un post anterior, situando al Otro como el límite, el referente y lo sacro que debe aceptar o reprobar moralmente nuestras acciones.
*Para profundizar pueden leerse fragmentos del LEVIATÁN de Hobbes, y LOS DOS PROBLEMAS FUNDAMENTALES DE LA ÉTICA de Schopenhauer. Una lectura más ligera y amable sería mi novela «El mal que nos hacemos» Terra Ignota ediciones -del cual tenéis información en este blog. Y para introducirse en la cuestión con un panorámica sencilla y global, recomiendo https://filco.es/el-ser-humano-es-bueno-o-malo-por-naturaleza/
