A los que tenemos una cierta edad hoy, nos puede parecer que los jóvenes padecen una flojera funcional, poco capaces de afrontar adversidades habiendo crecido en condiciones más favorables que nosotros.
Puede ser cierto que las condiciones en las que muchos jóvenes han sido educados hayan sido menos restrictivas, con más libertad, un nivel económico superior al que tuvimos los boomer y, en este sentido, más beneficiosas. Sin embargo, la ausencia de dificultades por las que apurarse más allá de ellos mismos y de cumplir con sus exigencias como estudiantes, también denota que hemos intentado que no padezcan males añejos y los hemos protegido más de lo recomendable. Esta impresión, que manifestamos a menudo, desmerece el influjo que sobre ellos ejerce el contexto político, social y económico en el que viven.
La sociedad es más competitiva y, en consecuencia, el esfuerzo por encontrar un lugar en ella que les permita mantener un estatus parecido al que han vivido es sus familias de origen, es mucho mayor. Este exceso de exigencia académico, que repercute posteriormente en su entrada en el mundo laboral, choca frontalmente con el tipo de requerimientos que han vivido en las familias y en los inicios de su vida escolar.
El acceso a un trabajo, cuya remuneración les permita independizarse, es casi una entelequia. Es posible con expectativas mínimas, siempre en pareja o compartiendo piso con otros amigos, y con un grado de incertidumbre por la precariedad del trabajo los primeros años que bien podría llevarlos a regresar a la casa familiar. Los perfiles laborales que tienen posibilidades de obtener sueldos dignos implican no solo una formación universitaria de grado, sino másteres, idiomas -al menos el dominio del inglés-, posgrados, además de realizar prácticas extracurriculares gratis si no se tiene la fortuna de encontrar un lugar donde las remuneren simbólicamente. Para lo cual hace falta un currículo que destaque, es decir más formación universitaria e idiomas. Está claro, que hay sectores con más demanda ocupacional que otros, y también que los lugares de trabajo más precarios son rechazados por los jóvenes porque están infrarremunerados y porque les impide seguir mejorando su formación para ser más competitivos.
Es decir, la presión social y económica es más intensa que anteriormente y el acceso a la vivienda un reto heroico, que no puede lograrse con trabajos precarios que ocupan toda la jornada y dejan poco tiempo para mejorar su cualificación laboral.
Además, es una generación digitalizada que crece en un mundo virtual, dando una imagen, que no se corresponde habitualmente con su realidad. Es como si viviesen desdoblados. Lo que proyectan en las redes sociales es: o bien eso que desearían ser y que sienten inasible; o bien un malestar que aparece bajo identidades diagnósticas patológicas, identidades sexuales, ideas fundamentalistas del tipo que sean, es decir: aquello que los diferencia y les proporciona algo por lo que luchar y que reivindicar, su propia identidad. Fijémonos que, aunque tienden a adherirse a colectivos que encajen con esa identidad -que no sabemos si funciona como previa o post al colectivo-, el punto de partida es individualista porque su horizonte no es un logro colectivo sino propio, su identidad X. Este aislamiento en la construcción identitaria -sugerido subrepticiamente por la propia sociedad- los acaba convirtiendo en egocéntricos, en el sentido de que tienden a observarse en exceso y a no ver aquello que sucede más allá de su propio conflicto personal. Esto los hunde en una soledad(1) nada saludable, ya que cada uno es como es: único; aunque se encubra con adhesiones a colectivos que los representan. No es lo mismo identificarse con un movimiento social que luche por la igualdad de los excluidos como horizonte -al margen de que la causa de la exclusión sea sexual, de género, social, económica- porque es una reivindicación para los otros que descentra y desdramatiza los conflictos intrapsíquicos y, por ende, no se agudiza la soledad.
Estamos así ante unas generaciones, que también están categorizadas, que a falta de referentes fuertes y vadeando en la nada, la indiferencia, y en este sentido un todo homogéneo ya que cualquier cosa es nada. Ahora el todo que los aplasta es el nihilismo, ante el que no hay carácter que lo afronte debido a su fragilidad, que vivencian como debilidad y falta de empaque.
Esta radiografía rápida puede hacernos entender el porqué los jóvenes se aferran al presente y, en muchos casos, el placer es una huida más que un goce auténtico. El panorama en el que viven es continuamente fuente de angustia, su futuro más incierto que nunca, su esperanza bajo mínimos y la actitud de muchos adultos enjuiciarlos, sin intentar entender de dónde proviene su rabia, su violencia y otras actitudes y conductas que nos parecen desproporcionadas y desajustadas valorando lo que ha tenido, no lo que les ofrece la sociedad y las pocas oportunidades que tienen de llegar a vivir con la misma dignidad -que requiere un mínimo de ingresos para no sufrir por la subsistencia- que vivieron con sus familias. Sería más extenso abordar la situación de los jóvenes que, además, ya han crecido en la penuria y no ven salida a esa situación que llevan padeciendo toda la vida.
https://www.rtve.es/noticias/20230423/soledad-no-deseada-jovenes/2439138.shtml

Excelente artículo Ana. Muchas gracias. Saludos
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Gracias, Javier!
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🖤
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