Desde que se inició la pandemia, he tenido noticia de, al menos, dos libros publicados por filósofos españoles sobre la fragilidad o la vulnerabilidad. En el caso del pensador Josep Maria Esquirol su ensayo titulado “Humano, más que humano. Una antropología de la herida infinita”[1] y, aún en pre-venta, “Vulnerabilidad” del profesor y pensador Miquel
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Se nos revela la fragilidad con un languidez especular que la evidencia, y ante lo obvio no cabe, siempre, rebuscar alternativas semánticas; acaso, porque reconocernos como seres endebles que pueden ser devastados, sin misericordia, por sucesos aparentemente irrelevantes, sea un gesto de humildad irrenunciable para asumir nuestra condición intrascendente.
La fragilidad es una sombra extensa que nos alerta con su presencia de la escasa consistencia que posee una existencia que se agota en su propio perímetro. Estamos sujetos a decaer por la debilidad que nos genera la falta de motivos, individuos de alambre moldeable por avatares externos.
La fragilidad es el cansancio de quien destaca por su coraje. Los otros pueden sentirse apocados.
La fragilidad no es una carencia de ser, como tampoco lo es la debilidad, sino la consecuencia de una voluntad y un coraje que no han cedido ante la adversidad. Ahora bien, la fortaleza del hombre puede resistir, mientras se erosiona inexorablemente su salud física y mental, y es entonces cuando, confundidos, aseveramos que esa