«HASTA QUE LA MUERTE OS SEPARE»

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“Hasta que la muerte nos separe” es un desiderátum que nadie puede pronunciar con ninguna certeza. Sin embargo, la fórmula impuesta por la Iglesia Católica, que era hace años la forma mayoritaria de unión entre las parejas, obligaba a ambos miembros a reproducirla bien alto. Entiendo que, por suerte, hoy, las parejas se van a vivir juntas y para muchas el matrimonio civil -y no católico- es un trámite que realizan pensando en la posibilidad de tener hijos.  Otras, tal vez, celebran esa unión civil como si fuese un rito religioso y con el derroche económico y la ostentación, a veces, que es desproporcionada si consideramos la solidez y certeza de esas uniones.

Hoy el lema es “Hasta que no te aguante más”, Lo cual ha sido posible gracias a la incorporación de la mujer al mundo laboral y su independencia económica. Este último punto es crucial. Ninguna mujer debería depender económicamente de un hombre -ni viceversa, aunque es lo menos común- a no ser que sea algo circunstancial.

Cuando las parejas disponen de cierta igualdad de independencia económica están en condiciones de decidir si desean continuar o no esa relación. Por ello, lo avances sociales que apoyan a las mujeres durante la maternidad deberían suponer una prioridad en materia de asuntos sociales, ya que acostumbra a ser un momento de mayor desprotección de la mujer. No desearía obviar la situación de los hombres que ante una separación con hijos, y los sueldos de media que hay hoy en día, se quedan también en la penuria o en circunstancias muy difíciles económicamente. Ciertamente una separación implica para ambos, si la custodia es compartida, mantener dos casas, o una si los hijos van rondando de una casa a otra, pero siempre un gasto mayor.

Para no desviarme de la cuestión principal, que es la convivencia entre las parejas, y retomando el supuesto lema en boga hoy, diría que los lazos y la convivencia dura lo que dura la fase de enamoramiento. Esos primeros años en los que no somos capaces de ver al otro como es, ni el roce nos ha dañado, ni nuestras limitaciones han erosionado al otro. Es una opción respetable y una forma de vida que pone patas arriba el concepto tradicional de familia. Seguramente, mantener la relación y la convivencia mientras uno está enamorado es muy satisfactorio. Esto implica que cada persona convivirá con diversas parejas a lo largo de su vida, porque bien sabemos que el enamoramiento es caduco, y que luego se inicia una fase en la relación de pareja más realista que si mantiene el vínculo de una forma sana, habría que denominarlo amor.

El amor es una relación entre dos personas de condición bien diferente al enamoramiento. Cuando las llamas que ciegan se apagan, pero la otra persona sigue siendo muy importante, estamos haciendo una apuesta distinta. Percibimos lo que nos molesta y no nos gusta del otro, y el otro nos ve tal y como somos, hay crisis, enfados, y acontecimientos que pueden provocar dolor mutuo. Como en una relación de amistad que tiene sus altibajos, en la relación amorosa al ser más intensa y cotidiana, se comparte a menudo lo peor del otro, tiene sus fases críticas. Aquí la opción es individual, si uno quiere seguir apostando por el otro o no. Por ello mencionaba antes que los condicionantes externos deben ser los menos posibles.

La cuestión de tener hijos o no, creo que debe considerarse atendiendo al tipo de apuesta que uno esté dispuesto a hacer. Aunque, obviamente, no todo sucede como habíamos previsto, sería de responsabilidad no ir teniendo hijos con cada persona de la que nos enamoramos y convivimos: los hijos son la decisión más absoluta y responsable que debemos hacer en nuestra vida.

¿Y qué diferencia, en definitiva, a una pareja que dura durante del enamoramiento de una pareja que se mantiene por amor? Mi hipótesis es que mientras la primera se sustenta en la admiración y la idealización, la segunda ha descendido al abismo del otro, se han enfangado en su fragilidad y desde ella sigue queriéndolo. ¿Es una decisión? No lo creo, simplemente una conexión con la otra persona que nos hace conscientes de que amar es respetar y aceptar al otro desde su miseria. Hay quien es capaz de mar, hay quien no al menos en una relación de pareja. No se trata de soportar, por soportar a la antigua usanza. Eso no sería amor.  

Así, tras treinta y cinco años la frase sería: tus virtudes las sentí enseguida, tu fragilidad me ha costado más, pero te quiero desde esa miseria que nos anega a todos. Ese gesto de quien mejor nos conoce nos fortalece, y somos más capaces de amar a otros tal y como son, sin esperar a que cumplan nuestras expectativas, porque nadie está en este mundo para cumplirlas, sino para ser quien pueda y decida ser.

A mi compañero de vida, con el que llevo ya cuarenta y un años.

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