Es preocupante cómo los ciudadanos -en España, por ejemplo- siguen abducidos por las confrontaciones de los denominados representantes políticos, que llegados al poder o al Congreso en general pasan a representarse a sí mismos, y parecen olvidarse de lo que es nuclear para la subsistencia cotidiana de todo individuo que tiene el reconocimiento de ciudadano del Estado en el que habita -y que toda persona debería poder adquirir-. Hoy ese vacío de la memoria inmediata se materializa en la confrontación entre los nacionalismos catalán y español, a raíz de la posible investidura de un nuevo presidente. Cabe explicitar que los que más ruido hacen son los que acaban siendo considerados como la ciudadanía en general y, por el contrario, al igual que ocurrió durante el conocido “procés” independentista en Catalunya, hay una mayoría silenciosa a la que seguramente no le queda espacio en su mente para preocuparse de esos asuntos.
Deseo dejar claro que, a mi juicio, los nacionalismos son un anacronismo que sirve como estrategia para inducir a una lucha identitaria a los ciudadanos, que se fusionen con un ente no material sino simbólico y sean capaces de dar su vida por él, olvidándose de lo que es su auténtica vida. Clarificado esto, cualquiera que me identifique con un nacionalismo u otro solo lo puede hacer desde la mala voluntad. Vaya esto por delante.
Así, basándome en el último informe de Cáritas -que parece ser que es quien más se preocupa por la cuestión- en España hay tres millones de familias que trabajando se hallan en por debajo del umbral de la pobreza severa[1]. Ven cómo su nómina se pulveriza a primeros de mes con los recibos y se ven obligados a acudir a organismos como la Cruz Roja o Cáritas para que les proporcionen alimentos. Y estamos hablando de ciudadanos con trabajo, imaginémonos la situación de las familias que están en paro y con subsidio, o ya sin él, cómo pueden maquinárselas para subsistir.[2]
Con estos datos, y otras situaciones límites que no se incluyen en el informe, por no acudir a entidades para obtener alimentos, lo altamente raro, extraño en inconcebible es cómo no se produce una gran protesta social de los que están luchando por sobrevivir y aquellos que los ayudan acompañan, y el resto de los ciudadanos que poseen conciencia política y ética. Aquí no se ha incluido a los jóvenes que contra su voluntad y trabajando se cronifican viviendo en casa de sus padres porque, solos, no pueden asumir el coste de un alquiler o una compra de una vivienda. Así han proliferado los pisos compartidos que se suelen alquilar por habitaciones para más explotación de los inquilinos.
¿Qué es más inmediatamente necesario y crucial para las personas, la nación o el Estado al que pertenecen o que puedan mantenerse por sí mismos y vivir con un poco de dignidad? Creo que la respuesta es obvia. ¿Por qué los sindicatos, por ejemplo, no aglutinan esta desesperación de muchos ciudadanos y organizan manifestaciones, protestas que tengan calado para que este desfase inconcebible entre sueldos y coste de la vivienda se frene? Por no mencionar cómo ha subido en el último año la inflación y cuesta casi el doble -estos son datos del propio bolsillo- el gasto mensual en alimentación, comprando lo mismo.
¿En serio que ante esta situación límite en la que se halla el 16’8% de la población en España, y los que están un poco por encima, que aumentarían mucho la cifra, más la precariedad crítica de los jóvenes, lo que les preocupa a los ciudadanos españoles son las disputas nacionalistas? Tendré que pensar que los que salen a manifestarse por estas cuestiones son los que viven bien, y que se intenta evitar la organización o dinamización de el precariado y los pobres severos para que expresen su derecho a la vida.
Si vamos más allá de las fronteras españolas, los conflictos armados que van sustituyéndose en las noticias como si fuesen películas que se cambian en la cartelera, son el extremo de la barbarie: desde Ucrania a Palestina. La geopolítica que ignora a muchos e interfiere allí donde se cuecen intereses económicos es lo contrario a cualquier acción éticamente legítima y admisible. Mientras Rusia no puede invadir una Ucrania, porque occidente le proporciona armas para defenderse, sí podemos contemplar cómo el Estado de Israel, el pueblo del holocausto comete un genocidio y un exterminio del pueblo palestino, acusándolos a todos, de facto, de terroristas. Israel no atiende a súplicas de otros países, ni a razones, solo se rige por el odio de la venganza de un supuesto atentado terrorista cometido por Hamás, reconocido como tal internacionalmente por presiones de Israel. ¿Un pueblo que ha sido masacrado, puede cometer la misma matanza sin pestañear medio siglo después? Inconcebible. E inadmisible que las varas de medir invasiones dependan de quién invada y quién sea invadido.
Mientras sigamos sometidos y dominados por relatos nacionalistas, étnicos y excluyentes, como si el diferente fuese mi enemigo, estamos absolutamente idos, y casi lo más lamentable es que tras estos acontecimientos palpitan poderes económicos de minorías que sacrifican millones de vidas en el mundo por su lucro particular. ¿Los humanos nos hemos vuelto locos? Quizás nuestro afán de poder y de dominio, de acaparar riqueza y de hacernos insensibles a las matanzas que algunos cargan moralmente a sus espaldas, permite que nos exterminemos unos a otros, y que luego en España lo que preocupa es la cuestión independentista, y en Catalunya por supuesto, o eso es lo que nos hacen creer, porque como antes decía el que más grita no tiene más razón, pero se impone a todos.
[1] https://www.caritas.es/main-files/uploads/2023/11/CA%CC%81RITAS-analisis-y-persectivas-2023-digital-.pdf

Todo nacionalismo anida en su ser, un posible genocidio…¿ No es así mi estimada filósofa?….
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Totalmente!!!!!
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