¿Podemos prepararnos para Morir?

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Dice Platón en su diálogo “La Apología de Sócrates”, por boca de este último, que:

“(…) temer a la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo, pues es lo mismo que creer saber lo que no se sabe: nadie sabe ni siquiera si la muerte es para el hombre el mayor de todos los bienes y, no obstante, la temen como si tuvieran la certeza de que sea el mayor de todos los males”[1].

El argumento socrático es incontestable; si admitimos que no podemos temer aquello que no conocemos con una intensidad que parece evidenciar que sí lo conocemos, entonces el temor es infundado y nuestro sentir se basa en una creencia trágica.

Admitiendo el desconocimiento que tenemos de qué hay o no hay tras la muerte, parece que lo que nos produce pavor es el mismo momento del morir y lo que acontecerá después, si es que acontece algo.

En cuanto al primer temor, nada podemos hacer, a no ser que planifiquemos nuestra muerte con una exactitud que no conlleve dolor; cometido nada sencillo, ni a lo mejor deseable en condiciones de salud normales. Así, siguiendo ahora los consejos de Epicuro, podría desembarazarnos de este temor porque cuando la muerte esté, nosotros no estaremos, y si ella no está entonces estamos nosotros, con recursos médicos suficientemente desarrollado -añado yo- para que ese momento sea, si es posible, indoloro.

Respecto a lo que acontecerá después de la muerte, el consejo de Epicuro queda invalidado por el primer argumento socrático, ya que la afirmación de que nosotros no estaremos es presuponer que se sabe aquello que nadie sabe, es decir, si la muerte constituye el mayor bien o el mayor mal para los humanos.

Así, ¿nos conviene angustiarnos por cuestiones que no dependen de nosotros? Obviamente no nos hace bien, y lo único que podemos procurar es que, si no tenemos una muerte súbita e imprevista, nuestros seres queridos tengan muy claro que nuestro mayor deseo es que nos eviten el dolor.

No obstante, sabiendo que la única certeza que poseemos es que vamos a morir, y que esta finitud es la que puede motivarnos a hacer de la vida un estar en el mundo de la mejor manera posible, llegada una determinada edad nos resta escuchar nuevamente las palabras de Platón:

los que filosofan en el recto sentido de la palabra se ejercitan en morir, y son los hombres a quienes resulta menos temeroso el estar muertos.”[2].

Aquí es imprescindible clarificar alguna cuestión. Sócrates no menciona a los filósofos en un sentido académico -doctores, licenciados…- ya que tal consideración no existía en la Atenas socrática. 470 a. C.-399 a. C., sino que alude a los que ejercitan su pensamiento en diálogo con los otros ávidos de llegar a la verdad. Por consiguiente, los filósofos no constituyen una casta privilegiada, antes bien para Sócrates son aquellos que, humildemente, se afanan por saber, por aproximarse lo máximo a la verdad. Expresado de este modo, muchos o quizás no tantos hoy, asumirían gustosamente ese rol del filósofo. Otra cuestión es que los hijos de Grecia, entre otros nosotros, no podemos sin considerarnos dogmáticos sostener que hay una verdad absoluta.

Nuestros tiempos son la incertidumbre materializada y fluctuamos con el mundo mismo, aprendiendo a sostener el equilibrio en esta ondulación continua. Sin embargo, eso significa que ¿no podemos prepararnos para morir?

Mi hipótesis es que sí podemos. ¿Todos? No. Hay que diferenciar, como bien hicieron pensadores modernos y contemporáneos -Schopenhauer, Nietzsche, Cioran, …- aunque me maldecirían probablemente si me leyeran por la correlación que establezco, que hay humanos que han vivido con la inquietud de entender, de comprender y saber lo que esté a nuestro alcance con el propósito de mejorar la vida de todos. En primer lugar, la propia ya que, si uno no cuida de sí mismo y se siente en falso, difícilmente podrá cuidar de los otros. No obstante, ese cuidar de uno mismo también implica la retroalimentación, por lo que los otros están siempre presentes en esa vagar por la existencia. A veces con angustia, otras con decepción, o incluso con desidia. Y estos estados mentales no deseables son imprescindibles para transitar por el subsuelo que nos mostró el maestro Dostoievski. Sin dolor y sufrimiento no puede haber liberación y amor a la vida. Si no tocamos el hondo pozo de la miseria humana y nos reconocemos en ella, nunca podremos elevarnos y sostener una existencia auténtica. Esa autenticidad nos dispone, nos sitúa en condiciones favorables para prepararnos para morir.

Intuyo que esta propedéutica consiste en valorar lo vivido, recuperar y vivificar lo bueno que hemos tenido la fortuna de experimentar y adquirir una conciencia los más plena posible de las limitaciones que hemos padecido en muchas ocasiones. Déficits morales, desde nuestra perspectiva; también flaquezas, incoherencias, contradicciones y apropiarnos de ellas como parte de lo que somos hoy: un humano siempre pesquisón que desde su sentir como corporalidad anhela acoger su propia muerte con la naturalidad con la que ha procurado cuidar su existencia y promover la vida propia y ajena.

No acabaría este post con honestidad, si no hiciese alusión al privilegio que supone poderse preparar para la muerte. Sea esta repentina o no, la mera voluntad de querer estar preparados para afrontar ese momento con sosiego es ya una disposición beneficiosa. Destaco lo dicho pensando en todos aquellos humanos que viven sometidos a condiciones infrahumanas. Los que sufren y padecen las guerras que ellos no han decidido, los que viven en países extremadamente pobres y su urgencia es no morirse de hambre y de sed. Todos aquellos que no pueden ejercer su libertad porque carecen de las condiciones de posibilidad para ejercerla. La esclavitud actualmente tiene muchas aristas y constituye, tal vez, el mayor crimen contra la humanidad.

Sapere Aude[3], nosotros que podemos. Carpe diem[4], que para nada está reñido con el atreverse a saber, ya que parte de este saber siempre limitado incluye disfrutar del momento presente, de cada instante como si fuese el último, ya que Tempus Fugit[5], es decir el tiempo se escapa y la finitud nos acecha.


[1] Platón “Apología de Sócrates” pg. 50. Ed. Prisa Inova. Colección: Los libros que cambiaron el mundo.

[2] Fedón, 66c-68b. (Orbis, Barcelona 1983, p. 154-158. Traducción de Luis Gil).

[3] Formulada por el poeta latino Horacio y popularizada por Kant.

[4] Horacio, que era un gran sabio como vemos.

[5] Virgilio, poeta latino.

Plural: 9 comentarios en “¿Podemos prepararnos para Morir?”

  1. Excelente artículo que me ayuda a creer que para comprender la muerte es necesario tomar conciencia de que efectivamente debo vivir cada día como si fuese el último dentro de un marco de incertidumbre que no puedo controlar ni eliminar. Y si deseo algo, es que cuando llegue me coja trabajando, aprendiendo y amando. De todas maneras, lo importante para mí es no dejar nunca de aprender y de apostar por vivir. Y en ese aprender, incluir también los dolores y sufrimientos a los que está abocado todo ser humano, ejerciendo y combinando alegría, generosidad, compasión y aceptación. Muchas gracias y un fraternal saludo.

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  2. Gracias, Ana, por este maravilloso artículo. Sí, podemos prepararnos para la muerte. ¿Todos? Ya eso no lo sé. En mi época de estudiante y primeros años como enfermera, la lectura de «El libro tibetano de la vida y la muerte», «Sobre la muerte y los moribundos» de Kübler-Ross y «Cómo morimos» de Nuland fueron fundamentales. Saludos!

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