IMAGEN: Melancolía. 1932 Amedeo Bocchi. Palazzo San Vitale, Parma.
Los humanos somos seres dadores de significado porque no podemos tolerar el absurdo. Éste es como un caos en el que todo es azar e indiferencia, nada ocupa su lugar porque no hay lugar propio para nada, y esa amalgama de sinsentidos se vuelve en un tormento que casi nadie sostiene.
Esta necesidad simbólica de la que hemos hecho virtud acaba convirtiéndose en absurda, ella misma, en el momento en el que para comprender cuanto hay, lo forzamos, flexibilizamos con la intención de que ese todo -supuesto- adquiera un sentido, es decir doblegamos el mundo para que se ajuste a nuestras necesidades cognitivas, y si estas quedan satisfechas, entonces creemos haber hallado el sentido.
Como consecuencia de este afán de sentido que llega a deformar lo que hay o añadir elementos que son subjetivos y que no pertenecen a la cosa, vamos sembrando el camino hacia aquello de lo que pretendíamos huir: el nihilismo. Aquí, deseo destacar cómo la racionalidad impuesta como la forma de todo se rompe, y se abren las costuras, saliendo las tripas al exterior, de tal manera que constatamos los límites de nuestra racionalidad -que no es lo único que nos hace humanos- y, especialmente, que ésta es nuestra y no necesariamente la manifestación ni el ser de todo cuanto intentamos atrapar con ella.
Así, siendo los humanos también deseo, pasión, impulso, nos apercibimos de que lo que hay como materialidad, concreta y existente también tiene su lugar en la representación que los humanos nos hacemos del mundo y que, por ello, no todo encaja según una ley necesaria de causalidad u otras, sino que la espontaneidad, lo imprevisible conforma también nuestro modo de ser y vivir. Deberíamos soportar el caos, porque el sentido es subjetivamente humano, y si habitamos todo, habrá mucho que fluctuará en ese absurdo del que hablábamos inicialmente.
Si dejamos de creernos omnipotentes, es decir seres que podemos llegar a dominar todo, dejaremos que broten manifestaciones súbitas de la vida que no tienen explicación racional, pero que sin embargo son nutrientes imprescindibles para que nos sintamos plenamente vivos, aunque aumente la incertidumbre respecto de nosotros y de lo que nos rodea. Seres híbridos entre lo pasional-emocional y la racionalidad no solo vivimos del sentido riguroso del mundo, si no de lo que podemos experimentar de él y entre nosotros como fuente de placer, de reciprocidad emocional y de un bagaje de experiencias sensitivas se nos aproximan a un sentimiento de mayor plenitud. Hablamos de lo que, de manera equivalente, Nietzsche denominó lo apolíneo y lo dionisíaco de Grecia, y de cómo el gran mérito de esta cultura que él considera más elevada supo afirmar la vida con sus elementos en apariencia discordes, pero ambos necesitados uno del otro; la mutua urgencia de la presencia del otro, para ser propiamente o apolíneo o dionisíaco. Un híbrido que deambula de uno a otro necesariamente.
La cultura del siglo XXI es el escenario en el que se manifiesta de forma inexorable la necesidad de la presencia de ambos elementos, para que no todo sea racionalidad y tecnología, ni su opuesto, pasión y desmedida. O dicho en otros términos, el nihilismo es el reflejo que nos devuelve es el espejo cuando nos dejamos ver tal cual somos.

Rara vez tengo tiempo para leer todos sus artículos, pero siempre es un placer leer sus pensamientos y análisis.
Gracias por estas acciones.
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A usted por el esfuerzo de leerlos
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