Si la voluntad rebosara del deseo de cooperar con los otros y la conciencia de la convicción de nuestra interdependencia, podríamos tejer redes sociales que contribuyeran al vivir bien de todos. Constituiríamos una comunidad cuya alianza poseería una fortaleza firme. Sin embargo, nuestra voluntad no solo se desborda de ese instinto de unión, sino con
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No escribimos por voluntad o, dicho de otra forma, cuando lo hacemos el resultado carece de alma, y esta debe palpitar en cualquier escrito, ya sea literario, filosófico, poético, …Sin ese espíritu que nos anima, que nos mueve a, que constituye el reflejo de un interior vivificador, ninguna palabra, ni texto escrito llega realmente a
Evacuar lo escatológico que se pudre en las entrañas, puede ser una expresión soez y zafia, o una metáfora o imagen de cuanto contenemos en nuestro interior de despreciable, y en consecuencia de la necesidad de expelerlo con prontitud. Porque, nos agrade o no, todos incorporamos lo bello y lo siniestro a lo largo de
Se dice de la superstición que es una creencia ajena a la fe religiosa y extraña –RAE- pero, mareando la cuestión, se me antoja que esa cualidad de rareza proviene de la falta de explicación racional que la sustente. Y, prosiguiendo, me sorprendo rebuscando qué tipo de fundamento derivado de la razón tienen las religiones.
Poseídos por un denuedo desbocado, carecemos de la templanza requerida para bosquejar trayecto alguno. Y por ello somos arrastrados a padecer penurias del alma, que empobrecen y denigran, porque no decidimos, sino que actuamos como forma de desfogue de las impulsiones que podrían vigorizarnos, pero que por la ausencia de raciocinio nos abocan a situaciones
Disponiendo de todo cuanto, de facto, hay, simulamos domeñar el mundo como si este no opusiera resistencia alguna. Pero este dolo, perpetrado y erigido bajo el supuesto de nuestra razón ilimitada, se desvanece ante el contraste empírico que nos desenmascara, mostrándonos como entes mediocres y sometidos –a su vez- al deseo egoísta y a la
Como si de un lienzo no depuradamente tamizado se tratara, entretejemos la vida; a súbitas pulsiones que nos incitan a crear, pretiriendo cualquier atisbo de racionalidad, temerosos del influjo apremiante que esta ejerza sobre nuestra potencialidad. Mas, no siempre es mejor lo placentero; y a la postre generados por arrojamientos de pasión, no devenimos auténticos,
Hace días, Julio Dustral me surgirió –o quizás retó- “No estaría mal explorar los fundamentos que racionalmente puedan invitarnos a seguir viviendo. Atrévete en uno de tus artículos” y he recogido el testigo para intentar analizar la viabilidad de la propuesta. Lo inmediatamente ilustrativo me parece reconvertir el supuesto en pregunta, es decir ¿puede haber
Que de la dominación de la razón, derivemos el estado de locura, no es más que la sobrevaloración que la primera ha experimentado en los orígenes de la Ilustración, como aquella facultad superior en los humanos cuyo despliegue debe llevarnos al “ambiguo” progreso de la cultura. Aquella actitud o conducta que se desvía de la
Sucumbimos a la impronta de nuestras emociones y, al hacerlo, regresamos a la transparencia de la infancia, aunque la adultez no se avenga por compostura social a tal espontaneidad superlativa. Por ello, y para no ser unos inadaptados, nos apresuramos a plegarnos al postureo que exige nuestra “madurez” cediendo al raciocinio el mando de lo