Cada día que pasaba era una victoria sobre sí mismo y sobre el mundo ¿Quién vencía? Él contra su sentido nihilista de la existencia que lo hundía, lo recubría de grava como algo a esconder para no ser visto. Su enfermedad podía ser contagiosa, ya que no había quedado atrapado en la retícula social y económica que permite no apercibirse de la nada. Solo cabía en su situación enfrentarla, mirarla a los ojos y no temer lo que no es.
Cumplía suficientemente con lo establecido pero sumido siempre en una decadencia melancólica que, además, era capaz de exponer con claridad y argumentos. Obviamente, constituía un peligro para el resto, aquellos que vivían, sin saberlo, sustituyendo el sinsentido por cosas que consumían y que mitigaban el posible sentimiento de desesperación.
Así, el gran hermano tomó cartas en el asunto y urdió posibles circunstancias que provocaran accidentalmente su muerte. Socavones en su trayecto diario al trabajo, para ver si se precipitaba por uno, conductores temerarios que se cruzaban por casualidad con él… sin embargo, la autenticidad de su desaliento y su condena de masticarla hasta el final lo convertían en un objetivo inalcanzable: siempre sucedía alguna contingencia que lo salvaba. Su caso se hizo viral y fue apodado el “inmortal” y encumbrado como un icono de la posibilidad de no perecer. Él, cada vez, entendía menos el mundo en el que vivía, su fama, qué había sucedido para que se hallase en esa situación del privilegio en la que incluso le impedían pagar allá donde iba. Percibió el absurdo con más agudeza, ya que lo único de deseaba era morir y dejar de vivir en esa ciénaga asfixiante. En contraposición, a su deseo más genuino, el entorno lo había erigido en el símbolo del humano que no muere como si fuese un superpoder.
Acabó explotando de vacío y de soledad, precipitándose por un rascacielos de veinte pisos, desde arriba. Sus vísceras se esparcieron como constatación empírica de que no hay inmortalidad, y que las apariencias es lo que nos lleva a creer en dioses o ídolos que nos domeñan como palurdos y necios.
Lo relevante es que el consiguió su deseo de no ser, y hubo un efecto de melancolía, una epidemia, que nadie supo como combatir.
