La pandemia del covid19 dejó tras de sí una serie de consecuencias. Obviamente, la más dolorosa de todos los fallecidos, a menudo, en condiciones precarias. Por trágico que sea, los muertos son la consecuencia natural de una pandemia -sobre la que aún sobrevuelan interrogantes-. Sin embargo, hay otras derivadas que no son necesarias y que se han mantenido en tiempos post-pandémicos: la burocratización y digitalización excesiva del acceso de los ciudadanos a la administración pública. Las gestiones administrativas que cualquier ciudadano de a pie necesita hacer, debe realizarla siempre con cita previa. Una cita que cuesta, en ocasiones, tanto de conseguir que ya se ha creado un mercado negro de venta de citas previas, por ejemplo, en Catalunya para conseguir hora en el SEPE y tramitar los subsidios por desempleo.
Las oficinas de la Tesorería del Estado presentan sus salas de espera vacías, con un guardia de seguridad en la puerta que mantiene a los ciudadanos en la calle, y solo les da acceso cuando les corresponde. ¿Qué hace la gente en la calle esperando, llueva, caiga el solo a cuarenta grados, …habiendo una sala de espera vacía?
Es decir, las dificultades para que el ciudadano acceda a los servicios de las administraciones públicas son de tal complejidad que algunos mueren de desesperación e impotencia. Es como si lo público se hubiera blindado ante la incursión física de los ciudadanos, tratándolos como auténticos borregos.
La atención sanitaria no solo se ha deteriorado, sino que sigue siendo insuficiente, a menudo actúa parcheando y no dando acceso al ciudadano a un cuidado más exhaustivo que estaría indicado -por ejemplo, ir a la doctora de familia y a la neumóloga y que no tengan ni fonendo ni medidor de saturación se está convirtiendo en algo habitual-
En consecuencia, la confianza del ciudadano en lo público ha descendido muchos enteros. Y, la cautela ante las recomendaciones en las que se sabe que intervienen los intereses de las farmacéuticas provocan una desconfianza cada vez mayor. Mirado a vista de pájaro, esto se parece a una cierta estrategia para que los ciudadanos confíen más en lo privado, en los servicios que lo permiten como la sanidad, y, en consecuencia, el proceso de privatización de muchos servicios se esté desarrollando de una manera artificiosamente “natural” para que no genere ninguna iniciativa ciudadana porque provocan que esta prefiera lo privado. Es una manera sutil de desmantelar lo público, o que este quede de uso exclusivo para los que su poder adquisitivo no les permita acceder mediante una mutua privada a servicios, a priori, más cuidados. De aquí a un clasismo en la Sanidad, creo que ya no hay ningún paso.
El dinero público debe ser redistribuido de manera diferente. Lo servicios básicos deben estar fortalecidos y si es posible, después, ofrecer otros. Seguir invirtiendo en armamento, comprado y vendiendo solo contribuye a atizar el fuego de las guerras y en los últimos años la situación geopolítica ha provocado que los países de la Unión Europea, por mandato centralizado, deban dedicar más presupuesto a dotarse de un buen ejército y de armamento. Además de la lucha por ser un país competitivo no solo en un sector de la economía, sino en aquellos que, en principio, dan más estabilidad. Aunque para complicar más el asunto, es tan cambiante el contexto que lo que en un momento parece una apuesta imprescindible de inversión, al poco tiempo decae -como ha sido el caso de los coches eléctricos, de las grandes tecnológicas que han magnificado el desarrollo de la IA y la realidad tiene su propio curso.-
Concluyendo, la postpandemia ha sido la “justificación perfecta” para mostrar como legitimado el exceso de burocratización y la Sanidad Pública ha recibido un golpe casi mortal. El ciudadano está atravesado por un sector público que lo “maltrata” -no hablemos ya de los trenes de RENFE- y, además, la percepción de que cada vez se impone más el implícito de “sálvese quien pueda” no es una percepción tan subjetiva como se quiere hacer creer. Ante esta situación es imprescindible la activación de los ciudadanos en contra de ese individualismo que no lleva, como sociedad, más que a profundizar el desamparo, y apostar por una cooperación de los unos con los otros para luchar por lo que es público, es decir del pueblo, el ciudadano, de todos, no de quien lo gestiona. Mientras no creamos que la cooperación y organización de los muchos tiene algo que hacer ante los pocos que dirigen, no habrá acciones colectivas de individuos que se cuidan unos a otros frente a la mala gestión o falta de voluntad de aquellos representantes de la supuesta, y cada vez más dudosa, democracia.

La mayoría nos quedamos con que el deterioro observado no sería más que una falta de dinero, lo que significaría que se puede revertir (de ahí la pasividad?). El problema puede ser lo que señalas, que sea una manera encubierta para arrastrar a la gente que se lo pueda costear al sistema privado, a modo como se intentó hacer con el tema de los planes de pensiones privados, que tanto se potenció desde gobiernos y entidades bancarias. Un saludo.
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Pues sí….sería otro caso, aunque esta vez el medio ha sido cruento. Gracias por leer y escribir!
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