Nuestras pisadas son indecisas, volátiles y nuestras huellas se difuminan con celeridad. Caminamos sobre un suelo fangoso, una ciénaga que engulle cuanto entra en contacto con ella. Somos seres temerosos, efímeros y contradictorios, y por eso eludimos afrontar los conflictos que están arrasando vidas, dignidades y que no siempre se manifiestan como guerras.
Rebusco el porqué de esa falta de motivación para reventar lo que es insostenible para la mayoría de los humanos y creo identificar que el miedo es el motivo más poderoso, el que nos mueve a actuar en un sentido u otro. Tememos perder nuestra posición social y vernos ninguneados como esa cantidad de seres ahogados en el anonimato que no comen, enferman, se ven empuñando un fusil, son esclavizados…y no hallamos razón alguna para arriesgar lo que tenemos a costa de la carencia de los otros. Somos cómplices activos, aunque no queramos reconocernos así.
Evitamos presenciar el grito de dolor del cual solo sentimos el eco, discurseamos y, tras eso, nos distraemos recostándonos plácidamente en un oasis del mundo que se está convirtiendo en un escándalo para lo humano. Es cierto que nos sentimos impotentes, al menos aquellos que sí se sienten interpelados por tanta atrocidad, pero también es cierto que es la excusa más legítima que hemos encontrado y que los que mejor vivimos somos, precisamente, los más indicados para provocar la explosión del sistema globalizado. Unos junto a los otros ausentándonos del lugar de trabajo, dejando de consumir lo innecesario, ocupando calles y plazas, torpedeando el funcionamiento cotidiano de todo. Es la única utopía que sería posible, sin constituir más que un medio para cambiar radicalmente algunos -aunque solo sea así- mecanismos que están cosificando a los excluidos.
Sin embargo, continuamos participando en esta ruleta rusa, con la esperanza de que no nos tocará tomar la pistola y apuntarnos a la sien.
La honestidad debería llevarnos a reconocernos como cobardes, porque el valiente no es quien no tiene miedo, sino el que a pesar del miedo actúa según sus principios. Y estamos muy distante de nada semejante.

Lo somos… cómplices y cobardes.
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Pues sí. Todos.
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