Hay días que rasgan el calendario para toda la eternidad. Y ese jirón, que se replica automáticamente en cada nuevo año, puede tener significados diversos para cada uno. Diría que todos tenemos un día roto -al menos- y que nuestro interior se prepara ante su llegada, se instala plenamente la jornada en cuestión, y luego nos quedamos algo resacosos un tiempo, más o menos breve.
El acontecimiento -lo califico así porque “toca” profundamente, marcando un antes y después- puede tener condiciones diversas, como un accidente grave, una pérdida. Recordemos que estamos hablando de días desgarrados, por lo cual aquello que aconteció tiene una tonalidad trágica. Sin embargo, la tragedia no es exclusivamente un suceso dramático, porque de él se derivan aprendizajes que nos llevan a expandirnos en la existencia, adquirimos anclajes más sólidos que nos permiten desechar lo superfluo y saborear los instantes más genuinos de los que tendremos la fortuna de gozar.
Hoy es un día roto en mi historia, curiosamente por dos motivos: el primero, cronológicamente, porque sufrí el atropello de una moto que cavó metros de profundidad en mi existencia que me acercaron al abismo y, el segundo, motivo de este escrito, la muerte de Eva. Aún me resulta extraño cuando te menciono así.
Empezamos siendo vecinas. Coincidimos, en un bloque de nueva construcción, parejas jóvenes con hijos pequeños que, enseguida, nos relacionamos al coincidir en el parque que tenemos delante del edificio. Fueron años intensos de crianza para todos, pero también de forjar alguna amistad que nos llevó a seguir unidos cuando nuestros pequeños dejaron de serlo.
Eva era una persona sencilla, con la intensidad que tiene la expresión. Sabía escuchar, era tremendamente generosa, muy sensible y, como todo sabio que se precia de ello, poseía un sentido del humor discreto que acababa minimizando pesares que conferían una cierta gravedad. Una de aquellas personas a las que podríamos atribuirle el verso de Machado “en el buen sentido de la palabra, buena”.
Hace tres años que la perdimos y que, simultáneamente, la ganamos para siempre, ya que desde entonces y tras un proceso de asumir su ausencia, la sentimos mucho más presente que nunca. Pequeños detalles del día a día que, para tus adentros, te llevan a dirigirle una expresión jocosa e imaginas cuál hubiera sido su reacción, hasta llegar a sentirla.
Hay quienes tuvieron la fortuna de ser su marido y sus hijos, y en ellos está siempre presente con una fortaleza y una forma sana de vivir lo que sale al paso, que me atrevería a decir que el lazo invisible que los une es el hilo de Eva.
Desde aquel diez de enero, todo diez de enero es su día. Este año, creo que, como homenaje más sereno, puedo y podemos regresarla para resentir el goce de haber compartido parte de su vida, y de convertirnos en dignos depositarios de su paso por el mundo, que es ya memoria, pero memoria vívida. Estás más presente, si cabe, desde tu ausencia, y como los ritos son necesarios, este tu día, quiero dedicarte estas letras, que quedan registradas y evocarte para que el sabor que nos quedó de ti sea siempre ese dulce aroma del amor. Gracias por tu vida, Eva.

Ana es un texto precioso, escrito con maestria, desde el conocimiento profundo de mi hermana y desde el amor. Su ausencia es muy dolorosa y estos dias muy duros aunque pase el tiempo, Eva siempre está en nuestro corazón. Gracias Eva, Gracias Ana♥️♥️✨✨
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Hola, Lidia. Gracias a ti por tus palabras. Sí, me imagino,creo, cómo deben ser estos y otros días, pero el lujo de haber tenido a Eva como hermana debe animarte a conservar todo lo que te dio, y dio a muchas personas más. Yo, la echo mucho de menos porque nos hicimos amigas por ser vecinas, y casi cada día nos veíamos, hablabamos un rato….pero me dejó llena de mucho amor y ver a Oriol y a Guillem, y a Jaume es como estar con ella. Muchos ánimos, Lidia que seguro que está contigo muy intensamente, como siempre. Un fuerte abrazo.
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