El Amor como necesidad humana.

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Los años pasan erosionando lo que hubo y hay, resurgiendo novedades únicas. Superado ya el ideal de progreso, no siempre lo nuevo es mejor; a veces se asemeja a una versión fallida de lo anterior, otras, abre perspectivas desconocidas. Y en esta tensión entre lo que deja de ser y lo que deviene, se originan las condiciones de existencia de cada sujeto, cada singularidad.

Estas nuevas condiciones afectan no solo a “la cosa material”, sino a cuanto hay de real, es decir, las relaciones interpersonales, el modo de situarnos ante los otros y nuestro lugar en el mundo. Todo es dinamismo en esta realidad de la que formamos parte, y por ello, a veces nos toca padecer cambios en las relaciones que provocan dolor. Y es que, aunque el fluir sea constante, lo que hubo no desaparece de nuestra experiencia vital y, por ello, cuanto cambia lo hace sobre la base de uniones y desuniones anteriores, que producen como un efecto aditivo, sumamos conflictos no resueltos, al igual que los afectos que nos unen.  

De esta manera, la complejidad de las interacciones es intrincada, difícil de desanudar los lazos enquistados, los daños perpetrados y, a veces, imposible. Aquí, surge el indicio de que tal vez dejar atrás esa relación sea no menos dañino. Obviamente, si eso le pasara a algún sujeto con todo aquel que convive, deberíamos sospechar que algún problema se encuentra en él, y que debería abordarlo. Por lo general, todos hemos tenido y tenemos la experiencia de separarnos, dejar atrás, aquellas relaciones incurables. Y esto es tremendamente humano.

Por otra parte, esas interacciones que se van renovando y que crean una cierta red de acogida de cada individuo son también abundantes a lo largo de la existencia. Valorar la importancia de la red de relaciones que hemos tejido a lo largo del existir, y cómo esa com-unidad nos permite gustar de los otros, enriquecernos y vivir, es crucial para sentir que la existencia no es un vacío. Nos sentimos en plenitud por el amor que damos, y el que recibimos de los otros, y por las acciones que llevamos a cabo para contribuir a la emancipación del conjunto.

El amor ha sido un tema recurrente en la Filosofía, y abordado desde distintas perspectivas, unas sobre lo que idealmente debería ser, y otras -simplificando- sobre lo que es. En este sentido, recordemos el aforismo de Nietzsche:

Lo que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del mal”[1]

Intentando salvar las dificultades de interpretación de los escritos de Nietzsche y, aún más, de un aforismo tan breve, considero crucial recordar que la obra a la que pertenece el fragmento está muy vinculada a “La genealogía de la moral”, y que, en consecuencia, debemos tener presente lo que aclarará en esa obra inmediatamente posterior que, es más, publica como si fuese una aclaración de “Más allá del bien y el mal”. Así, podemos entender que aquello que se hace por amor no está sujeto a las exigencias de lo bueno y lo malvado -que relaciona con la moral de los débiles y de los esclavos-. El amor es el acontecer de quien actúa libremente y sin sujeciones de una moral que somete y esclaviza limita o impone lo que puede hacerse o no. El amor es el deseo del otro, la pasión, y su acontecer aquello que tiene lugar sin restricciones. De esta manera, podemos entender que el amor que nos une a los otros no necesariamente es el acontecer moral tal y como fue entendido e impuesto por el cristianismo, sino que amar puede llevarnos, a veces, a la completitud del otro, y otras, a su insatisfacción. De ahí que, como todo cuanto hay, el amor es dinámico, transitorio y eterno, si entendemos que sus manifestaciones son diversas a lo largo de la historia, pero que no hay humano sin amor -sea de la manera que sea- y este amor es de tal intensidad que su máxima expresión es el Amor fati: el no querer que nada haya sido distinto, ni lo sea, el amar la vida con todo lo que esta conlleva. Si el Amor a la vida asume lo que hay y lo quiere, sin prejuicios morales o debilidades,  el Amor al otro alcanza esa misma incondicionalidad, aceptando que a veces provoca goce y otras sufrimiento.


[1] Nietzsche, F. “Más allá del bien y del mal”. Ed. Orbis. Aforismo 153.

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