La alborada proyecta un amanecer simbólico porque en su fulgor aguijonea mi mente con imágenes perturbadoras: un infante en un campo de refugiados que acaricia, con ternura, el cabello del bebé que duerme a su lado; personas deshumanizadas por la pobreza que dormitan en la calle, replegados como un feto sobre sí mismos; colas de
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Si el agudo jolgorio de las aves pudiera insuflarnos la esperanza de una nueva primavera, removeríamos la corriente del viento con cada decidido gesto. Pero, decae el silbido conforme avanza el día y con él, un silencio fúnebre sin aire, ni visos de mutaciones inéditas. Las aves solo anuncian el amanecer cotidiano, sin pretensión alguna.
El amanecer tan solo atenúa el temblor nocturno que se aloja en el recodo oscuro del alma. No cercena terrores, ni fantasías gestadas basándose en la existencia. Amanece para que nos repongamos, y resistamos el envite venidero.
El alba por acontecer, entre los fríos dedos, de quien se recuesta las últimas horas de la noche en un teclado, salvado del ruido, de toda mirada, en la privilegiada soledad que nos brinda la ocasión de habernos conocido.
Si el amanecer no acontece, revisa tu estado vital.
He contemplado el alba en un horizonte lejano. Hoy, no fantaseo, ni rastreo poéticamente nada. Quizás, ese fenómeno convertido en cotidiano podría interiorizarse como una recompostura necesaria.
