¿Amanece?

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La alborada proyecta un amanecer simbólico porque en su fulgor aguijonea mi mente con imágenes perturbadoras: un infante en un campo de refugiados que acaricia, con ternura, el cabello del bebé que duerme a su lado; personas deshumanizadas por la pobreza que dormitan en la calle, replegados como un feto sobre sí mismos; colas de familias que acuden a buscar comida en las grandes urbes, como si estas las hubieran escupido de su seno; niños y adolescentes solos, huidos de sus países, que se cobijan unos a otros y reparten sablazos a diestro y siniestro para sobrevivir, habiendo perdido toda esperanza; personas mayores solas, cuyo error es no ser productivas, y sin pudor alguno son amontonadas como objetos en supuestas “residencias”; noches de pánico para muchas chicas que solo pretenden regresar sanas y salvas a sus casas…

¿Qué amanece en ese esperpéntico entorno que me azuza e inquieta? No hay renacimiento, sino repetición de un mundo enfermizo que empeora y acabará entubado en la UVI, como el gran enfermo del covid19. Quizás, al igual que el alba, el virus de la desorientación y la discordia simboliza la agonía de la humanidad. Una especie estúpida que se aniquila a sí misma agitada por la avaricia de unos y la indiferencia de otros.

Visualizo el orto en el horizonte y me angustia ese pleonasmo real, esa salmodia hueca y vacía que reitera la ausencia de redención. Es una circularidad maldita que no se trunca, porque la humanidad es rea de sí misma, de su miserable condición y de su inexorable caducidad.

Regurgito las maitinadas por falaces, por cuanto su simbolismo renovador se evidenció como una acechanza y una punzante farsa.

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