Estuve tiempo reclinada y rendida en la pared de una calle muy transitada. Mi espalda algo encorvada, la mirada ciega, y el bullicio sordo que invadía el espacio; un espacio sin lugar, solo cavidad indiferente que contenía individuos desplazándose azarosa y agitadamente. Allí, pensé sobre lo absurdo de la velocidad existencial, el vacío perforado en
