Decía Schopenhauer que “la ausencia de toda meta y de cualquier límite es esencial a la voluntad en sí, que es un anhelo infinito”, pero contemplaba la posibilidad de que hubiese sujetos que a consecuencia de “su deseo sordo” desembocaran en un “abatimiento moral”. Y releyendo estas frases de su obra magna “El mundo como voluntad y representación” no podemos obviar que nuestra época está plagada de individuos con deseos sordos, o ausencia de ellos, porque somos los testigos de la muerte de Dios –preconizada por Nietzsche-, y como bien sabemos, donde no hay Dios elevamos ídolos de barro, los cuales a su vez no poseen la consistencia para que nuestro querer vuelva a tener por objeto nada similar.
Así, resignados algunos a la nada, se nutren de futilidades que les entretienen, y asumido el vacío por parte de otros, unos logran existir viviendo, y otros existen sin entender nunca cómo se hace posible la vida.