Desde las vísceras acude solemne la impaciencia, esa necesidad de ver acontecer lo que sea, pero súbitamente y sin demora. De lo contrario, de la urgencia aflora una angustia tenue que se agudiza con la insoportable espera. Más vale saber, con premura, que ir gestando una desaprobación tardía. Sobre lo que ha de suceder tener pronta noticia, permite gestionar, casi sin sentir, un impulso hacia delante, que restaría paralizado por la agónica incertidumbre.