Ayer tuve la enorme satisfacción de asistir a la defensa online de la tesis de una exalumna. La investigación versaba sobre las finanzas del municipio de Barcelona antes, durante y tras la guerra civil catalana (1462-1472), periodo relevante por carecer de estudios exhaustivos sobre la cuestión y seguramente por otros motivos que una neófita como yo soy incapaz de reproducir fielmente.
Bien, pero lo significativo para quien suscribe este texto es la experiencia casi onírica de contemplar cómo una alumna, a la que impartí Filosofía en el bachillerato, ha seguido su trayecto; aquel que constituye su pasión que es la historia, optando seguramente por una vía de escaso reconocimiento social y lucro. Los tiempos que corren, desde hace años, tienden a minimizar la importancia de las humanidades, en general, como algo casi anecdótico y prescindible, y este contratiempo hace de la elección de Laura algo admirable.
Una alumna de aquellas que todo profesor querría tener porque su excelencia y brillantez eran destacables. En grupos numerosos y heterogéneos, suele ocurrir que mientras que unos pocos han entendido a la primera la explicación, que te esmeras en que sea clara —aunque a menudo la Filosofía no lo es y debes forzarla para que sirva como punto de partida estimulante—, gran parte de la clase necesita más aclaración, recurrir a comparaciones o metáforas que les permitan intuir lo que intentas transmitir. Laura era de esas alumnas que captaba lo que decías al vuelo y era capaz, brillantemente, de responder de forma ordenada, sintética y clara a las cuestiones que se planteaban en las pruebas evaluativas.
Cierto es que, cualquier adolescente por mucha capacidad intelectual que tenga necesita seguir un proceso educativo como todos, y aquí me refiero a cuestionarles conductas — no siempre actitudes —que por la edad no siempre son capaces de ajustar al contexto. Laura era, en ese periodo, una chica muy inteligente y extraordinariamente locuaz porque se aburría de oír lo mismo de formas diferentes. El sistema educativo, y dudo que sea posible por los recursos que se requerirían, no puede atender ni a los muy aventajados, ni a los que tienen más dificultades de aprendizaje, tendiendo siempre por necesidad a la media, que a menudo y en consecuencia replica mediocridad, el rasgo necesario de un plato único para todos.
Pero lo que sobre todo desearía destacar de la experiencia de ser alumna de una exalumna, durante un par de horas, es una doble satisfacción:
En primer lugar, la de comprobar nuevamente que el sistema mediocre no merma a los alumnos de altas capacidades -a pesar de ser los “grandes olvidados” y optando por los que tienen más dificultades en aquel momento. Y aquí querría explicitar que, es un hecho que, cada persona tiene su ritmo de maduración a todos los niveles y eso tampoco puede contemplarlo el sistema; por lo que alumnos que han pasado su etapa escolar desapercibidos acaban siendo con el tiempo excelentes profesionales de tareas en las que se exige una capacidad intelectual, como mínimo, notable.
En segundo lugar, el hecho de que los educadores no somos tan extremadamente decisivos en el curso que toma la vida profesional y personal de los alumnos. Puntualizo esto porque, quienes tendemos a un alto grado de autoexigencia, podemos sentir la carga de las oportunidades que somos capaces de ofrecer o negar a nuestros alumnos, y a menudo nuestra intervención no es tan decisiva.
Laura, esa doctora en Historia que expuso su tesis de forma excelente, sería la misma sin haberse encontrado conmigo en el camino, porque seguramente estando yo ocupada en dejar el mínimo de alumnos atrás no tuve tiempo de ocuparme de las necesidades que ella tenía y de ofrecerle un trayecto, en parte propio y alternativo al de la mayoría de sus compañeros. Son nuestras limitaciones y las condiciones, nada apropiadas, en las que muchos profesores trabajan y siguen trabajando, más ahora en estos tiempos convulsos y cambiantes de pandemia.
Querría acabar este escrito mostrando mi orgullo y mi reconocimiento a Laura por ser como es, por la valentía de seguir apostando por las humanidades y agradeciéndole el honor que me concedió ayer al poder aprender de ella.
Y, por último, hacerme eco del sobreesfuerzo que en estos momentos está haciendo todo el personal docente, tanto los que siguen trabajando presencialmente -sometidos al protocolo covid19-, como a los que lo hacen online y, deduzco, ven por ello multiplicado su trabajo al haber perdido ese espacio privilegiado de relación informal que facilita una interacción inmediata y eficaz con los alumnos.
Mucha suerte, Laura, y ánimo a todos los educadores que ejercen su tarea a contracorriente.
Gracias por expresar tan claramente el problema del sistema educativo, al tener que conjugar la enseñanza con la pluralidad de mentes y necesidades de todos los alumnos tan necesitados de atención individual.
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