Ocho de marzo: el riesgo de la confusión

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Con motivo de la reivindicación anual del día ocho de marzo, cuya fecha ha perdido su sentido originario reconvitiéndose en una jornada de reivindicación de los derechos de la mujer, la erradicación de la violencia de género y, teniendo en cuenta, que algunos aprovechan la coyuntura para disolver el concepto de mujer en pro de una diversificación sexual y de género, adjunto una reflexión aparecida en mi última novela, insipirada en lecturas de Butler, Zizek, etc…

En tanto que, la globalización económica implica marcos de desconstrucción de estructuras sociales y las particularidades culturales con el objeto de imponer un consumidor universal, el soporte de dicho proyecto globalizador es la llamada cuestión del género que, en nombre de la libertad, igualdad y contra la discriminación busca disolver gradualmente la diferenciación natural, biologista-genética, y la edificación de la familia asentada en ellos. Desintegradas las bases de comunidades de consumo, se establece el sujeto de consumo con la ventaja de reinventar necesidades hasta ahora impensables y diversificar a los individuos y sus demandas que, transformados en sujetos, devienen un aumento de consumidores notables. Así, nada cambia arbitrariamente, sino que toda evolución parece presentarse, hoy, como una tergiversación generada por intereses, a menudo contrapuestos y por ello aparentemente contrarios en sus discursos ideológicos.

FRAGMENTO DE LA NOVELA «EXISTO, PARA VIVIR» Ana de Lacalle. Terra Ignota ediciones.

En cualquier caso, desearía plantear cómo la genealogía lingüística-cultural que se lleva a cabo por parte de algunas perspectivas feministas pone en tela de juicio la categoría de «mujer» como una realidad que vincula el sexo-género mediante una relación causal -es decir a determinado cuerpo sexuado se le asigna el género hombre y, por consiguiente, a otro cuerpo sexuado carente de la genitalidad masculina se lo denomina mujer- Este esfuerzo de deconstrucción de categorías culturales acaba derivando en una disolución de la categoría mujer, que a determinados colectivos puede parecerles ajustada y significativa, pero que, en última instancia, consigue, tal vez en contra de su mismo propósito, disolver a la mujer como sujeto revolucionario que debe, por sí misma, modificar las estrcturas de poder patriarcales. La cuestión relevante que planteo es que si no hay mujer, la lucha feminista queda desintegrada en una amalgama de grupúsuclos homo-trans-inter sexuales, que teninedo sus propios retos no pueden absorber ni disolver la reivindicación de la mujer como sexo-género que ha sido el objeto histórico de marginación, ninguneo y cosificación predominante en la cultura occidental. Invito a reflexionar -y en este sentido he citado el fragmento anterior- ¿A quién beneficia esta transformación de las reivindicaciones feministas y quién retorna al rincón de los ignorados? Quizás, deberíamos diferenciar unas luchas de otras, en sí mismas, aunque como todo grupo que combate el sistema en su estrctura debería, entiendo personalmente, agruparse para reivindicar las condiciones de vida dignas como personas, al margen de la condición, identidad o particularidad de cada individuo. La lucha por lo que UNE fortalece, pero NUNCA puede resultar en la disolución de una identidad de género que lleva ya demasiados siglos bregando y muriendo por la igualdad de derechos, y de hechos, respecto de los hombres. Obviamente, entiendo que la lucha contra una estructura cosificante es tarea de todo individuo, al margen de sus atributos en el sentido que sea, pero mientras esto parece que casi nadie se lo plantea, hay que velar por no anular identidades que pueden motivar a la acción y a la presión aunque sea de forma parcial.

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