“La duda sobre la veracidad de la interpretación-ideas o relatos- que elaboramos sobre el acontecer se aplica indiscriminadamente. Si no fuera así, el método escéptico de depuración sería inútil porque al no filtrar con el mismo tamiz todo pensamiento, el grado de certeza sería inconmensurable, y no toda idea estaría sustentada con el mismo rigor.
Cabría discurrir si cualquier idea o relato debe ser exhaustivamente sometida al tribunal de la duda. Aquí, recordaría que si aceptamos que todo cuanto somos capaces de enunciar sobre el acontecer es interpretación, si todo posee el mismo estatus de validez, ¿por qué plantearnos si hay algo que no deba ser estrictamente sometido a la duda? Tal vez la cuestión provenga de prejuicios que nos llevan a creer que hay ámbitos en los que debe prevalecer la confianza y los valores de este tipo en lugar de una cierta rigurosidad que nos sirvan de motivo para confiar, que es, al fin y al cabo, lo que obtenemos aplicando el método escéptico de la duda. Nunca certeza, sino siempre confianza para creer más en un relato que en otro”.
Este breve escrito del 4 de diciembre del 2017, hace cuatro años, me ha resultado actual. Cabe decir que si una reflexión sobre la duda como método aplicado a todo posible objeto de conocimiento u opinión estuviera obsoleto en este breve margen de tiempo significaría que nada relevante mostraba.
Sin embargo, releyendo hoy estas letras, ha acudido a mi mente que los tiempos que nos toca vivir son proclives a dudar con mayúsculas, a desconfiar, a no dar por certero casi nada, a deslizarnos por un mundo que se caracteriza por la gran incertidumbre, no solo respecto de lo que sobrevendrá que eso es común a cualquier época, sino sobre lo que las autoridades políticas y los medios de comunicación nos presentan como el estado verdadero de las cosas. Tendenciosamente, unos y otros fluctuando según los intereses de los poderes económicos muestran la realidad de una manera u otra, con tal habilidad que el receptor siente estar recibiendo datos empíricos objetivos de los que no cabe dudar. Un ejemplo recientemente ocurrido, y que sigue su curso, es el manejo que se ha hecho sobre los datos de contagios y muertes de la pandemia del covid19. Las formas de contabilización de unos y otros seguían criterios distintos y nunca advertían que esos datos eran los recogidos por las autoridades sanitarias, pudiendo suceder que muchos hayan quedado fuera de ese circuito. Además, los criterios que marcan un determinado número de contagios para tomar determinadas medidas cambian con aparente arbitrariedad. Seguramente porque responden a razones no sanitarias que les parecen inconfesables, cuando el discurso que se sostenía desde el principio era que la protección de la salud ciudadana era la prioridad. Hoy ya no hay lugar a dudas de que no es exactamente así, porque los criterios para considerar una zona de alto riesgo y tomar medidas han variado, supuestamente porque hay mucha población vacunada que paradójicamente, dicho sea de paso, sigue contagiándose, transmitiendo el virus y ayudando a sus mutaciones.
En síntesis, la duda es hoy no una opción metodológica, sino un sistema de protección y autodefensa ante los que mueven los hilos porque desconocemos cual es su propósito velado. Dudar, rebuscar nueva información, analizar, contrastar con otros que duden igualmente y busquen, es un proceder necesario para intentar acabar siendo una marioneta movida por hilos por todas sus extremidades; con un sentido crítico conseguiremos tal vez quedar tan solo colgando por una extremidad y tener las otras para ejercer contrapeso.
La era de la posverdad no se caracteriza por el hecho de que todo esté sujeto al juicio individual, sino porque pretenden que lo verdadero quede absolutamente disuelto, y en su lugar funcione lo que mejor me funciona o más me conviene. Esta situación, como sociedad, debe ser superada mediante la cooperación voluntaria de sectores que acuerdan que determinados sucesos son intolerables y deben ser resueltos. Dicho de otro modo, la miseria no puede aumentar o disminuir significativamente según quien la relata; debemos establecer en qué condiciones las existencias son INADMISIBLES. Ya no podemos basarnos tanto en una discusión sobre la verdad de, sino sobre datos que puedan ser valorados cualitativamente como representativos de situaciones insostenibles contra las que hay que luchar.
Así es que DUDA, ANALIZA, CONTRASTA porque somos interdependientes. Intentemos construir EL RELATO más creíble, para que compartido con otros pueda llevarnos a una existencia más habitable para muchos humanos.
Yo soy «La duda». Vivo en una permanente duda.
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«Si me engañas una vez, la culpa es tuya.
Si me engañas dos veces, la culpa es mía»
(Proverbio chino)
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Pues la culpa es de los ciudadanos, aunque no diría yo que los poderes fácticos tienen nada de inocentes. Yo puedo ser tonto y q me engañen, pero la acción reprobable es la de quienes engañan… Según tu razonamiento si me violan una vez la culpa es del violador, si me violan dos es mía, seguramente por no llevar una pistola para reventarle…
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Luego existirán situaciones en las que no dudarás, solo porque el atreverte a hacerlo y valorar la posibilidad de lo más terrible, te hace daño. Y si el día de mañana se hace realidad, tendrás como excusa, en un dechado de santidad, el como ibas a valorar una contingencia tan abyecta. Un saludo Ana.
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Dudar es saludable, dado que no sabemos las «ocultas intenciones» que pueden esconderse, el problema es cuando descendemos en la paranoia o las teorías de conspiración…lo primordial para no caer en espiral es comparar, buscar confirmación, no sólo quedarnos con la primera impresión… ( ¡puro pensamiento anarquista y antisistémico¡ Esos que dudan son los que quedan fuera de la normalidad…¿Dudar? Filósofos tenían que ser…¿ A ver dónde está la ciega creencia en el líder, en God y en los horóscopos?… ) Mi otro yo que «duda » de mi cordura…besos al vacío desde el vacío
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Le doute s’enfile comme une espèce d’armure de pseudo-courage qui intensifie la lâcheté et officialise l’imposture…
N-L
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