A menudo, resulta sumamente difícil abstraerse de las contingencias que acaparan nuestra atención y condicionan nuestro existir para, hallándonos elevados en una atalaya podamos otear la globalidad, y desde ese estado privilegiado aprehender lo que la percepción directa nos niega.
Logrando identificar las sutilezas que condicionan las decisiones, las intenciones vaporosas que alambicadas nos enredan como hiedras que crecen en nuestro cerebro; sin embargo, asumimos lo que sucede como normal, sea del calibre ético que sea, ya que la costumbre nos enturbia el juicio, porque su habitud la protege del cuestionamiento.
Ahora bien, apercibirnos de esto no nos exime de la responsabilidad que nos corresponde, porque siempre ha habido cazadores y presas; mas nosotros no deberíamos ser despojos asequibles poseyendo la facultad de pensar; al contrario, nos hallamos en condiciones de oponer una resistencia activa ante esas voluntades tendenciosas que persiguen su beneficio, a costa de nuestro simplismo conformista.
El mundo globalizado es un enjambre complejo, pero nuestro juicio debe esmerarse en desarticular los enredos que nos confunden, para discernir con un criterio consistente qué puede y debe ser desarticulado para el bien de la gran mayoría. Si hay humanos que en colaboración interesada crean esos monstruos velados, también los hay capaces de mostrar el rostro de esos engendros, rasgando contundentemente el velo que los amaga para parecer lo que no son.