Quien se fortifica deviene un individuo centrifugado en su ego y, probablemente, muy selectivo en el trato social. De entrada, podríamos pensar que esta posición es una repulsión narcisista, que enalteciéndose a sí mismo desprecia lo otro. Pero, quizás erraríamos sin apercibirnos de que el narcisista precisa del reconocimiento ajeno para sustanciarse, motivo por el que no elude el contacto social, sino que le urge como estímulo vital; por el contrario, ese yo fortificado se aísla por pavor a los otros, a evaporarse.
Así, esta actitud de rechazo al trato, no selectivo, puede corresponderse con una identidad huidiza y fugaz que teme diluirse en conexión con los otros. De ahí que su selecta actitud tienda a protegerle de la influencia ajena, por temor a que la relación con otros individuos reafirme lo más desdeñable de sí mismo.
El padecimiento de estas personas podría describirse en términos de la tensión que les genera su aparecer almenado y su temblor interno ante la posibilidad de ser cuestionado.
Tras ese blindaje huidizo y altanero con el que se muestran algunos puede hallarse un ser indefenso, inseguro y aterrado que solo fluye en la soledad de su cubículo cuando se siente guarecido y sin riesgo de ser descubierto.
Somos seres mentalmente muy complejos. Acaso las circunvalaciones cerebrales no sean más que la geografía de nuestros devaneos internos.

Sylvia Plath, ARIEL. Ilustraciones de Sara Morante. Edición bilingüe. Traducción Jordi Doce. Nórdica libros. 3ª ed.