El diagnóstico sobre la hipervelocidad o la prisa -como matiza Joan Carles Mèlich- de las sociedades actuales es ya un clásico, o sea que no aporta ninguna novedad. Es un aspecto consustancial al desarrollo del capitalismo del consumo desarrollado a la par con lo que se ha dado en llamar la postmodernidad, puesto sobre la mesa al menos desde Baudrillard y Bauman, así como profundizado prolijamente por otros.
Reconociendo, en consecuencia, que en las sociedades occidentales los individuos trabajan para poder tener bienes que les permitan una vida de ocio placentera, cabría preguntarse cuál es el sentido vital o, en otros términos, ¿qué les mueve a seguir viviendo si la mayor parte del tiempo la ocupan trabajando, y tan solo una parcela pequeña de este puede dedicarse a un ocio que está idolatrado?
La situación que describimos es como si hubiese una diferenciación entre el tiempo dedicado a poder vivir y el tiempo en el que vivimos. Este último sería los espacios de ocio en los que se supone que hacemos lo que queremos, y este hacer lo que nos venga en gana creemos que va a darnos un porqué a la cuestión del valor de la existencia.
El riesgo consiste en que este tiempo idolatrado como si fuese el paraíso nunca acaba de satisfacer nuestras expectativas. Y esto sucede principalmente a los que suponen que dinero y felicidad van de la mano. Si hiciésemos una encuesta, seguramente la mayoría declararía que no entienden que haya esta conexión necesaria entre uno y otro. Sin embargo, tal vez el supuesto inconsciente colectivo es que, no siendo necesaria, sí es una condición suficiente. En otros términos, para ser feliz no es imprescindible tener dinero, pero si tienes dinero puedes ser feliz. Esta confusión, a mi juicio, se produce porque el deseo está orientado a la posesión de bienes materiales, y no a la creación de vínculos con los otros que por su permanencia e incondicionalidad satisfacen la necesidad más perentoria que tenemos todos los humanos: los afectos.
Se dan pues sistemas de control que de manera inconsciente nos inducen a desear lo que implica un consumo de bienes, para perpetuación del sistema económico. Zafarnos de estos mecanismos de control exigen tiempo, silencio, reflexión e introspección para tener conciencia propia de qué es lo que auténticamente deseamos y qué objeto puede satisfacernos.
Sin embargo, si algo no tenemos es tiempo, y sin tiempos no hay sosiego interior que nos permita identificar qué queremos. De ahí que el ritmo vertiginoso en el que habitamos el mundo sea un elemento primordial para evitar que los individuos reflexionemos sobre nosotros y los otros. Antes bien, la hipervelocidad nos crea en estrés y una ansiedad que repercute negativamente en la relación con los otros porque ya no tenemos espacio mental para nada más, ni nadie. Solo para la evasión.
Este escrito, no es más que un sucinto apunte que exigiría una reflexión más a fondo y extensa sobre el tiempo, una de las carencias más importantes de nuestra época, junto con destripar los implícitos que están inoculados en nuestras mentes y solo adquiriendo conciencia podríamos estar en condiciones de combatir.
Además, considero necesario explicitar que las consideraciones que aquí se han hecho se ajustan a las sociedades occidentales más ricas -cuyas contradicciones entre carencia y opulencia parece que se van diluyendo, desnortando a los individuos sobre qué es lo prioritario cuando hay escasez- Sería pues conveniente contrastar esta concepción del tiempo con los países más pobres y apercibirnos de las peculiaridades que les aquejan y cómo, tal vez, en ellos encontremos respuestas que, por la idiosincrasia de occidente, no seríamos capaces de atisbar.
Por último, sería necio obviar que tras la crisis del 2008 y cuanto ha acontecido después, en las sociedades occidentales se ha originado lo que algunos denominan el precariado, es decir, individuos y familias que pese a tener trabajo no obtienen los medios de existencia mínimos para subsistir. Es decir, han pasado ha aumentar las bolsas de pobreza de los países más ricos en los que las clases medias tienden a desaparecer y el futuro apunta cada vez más a que en unas décadas hablaremos de la dualidad: ricos-pobres.
Eh oui Ana, voilà l’état misérable du cadre social qui court sans jamais s’arrêter comme n’arrivant jamais à toucher au but. Courir pour courir c’est un mobile ?
Dans leur cage ils tournent comme un animal.
Le jouir ils passent bien sûr à côté, parce que tout orgasme est un arrêt en soi dans l’extase, et qu’y peut-il y avoir au-dessus de l’orgasme ? Sa diversité est vaste, mais son fondement procède toujours de l’art de vivre. L’amour conduit le bal au point que l’on y pensera pas du tout tellement ça semblera incongru. Moi je sais pas comment commencer quelque chose sans aimer. Je suis con c’est vrai, mais personne n’a jamais réussi à me démontrer que j’avais tort. Je tiens ça de l’origine. Quand je te lis , je sens que tu es la femme qui pousse, sens et graine, pas la personne de plus qui court sans jamais se rattraper.
Et si je t’embrasse c’est à l’arrêt.
Me gustaMe gusta