“Que la angustia descubre la nada confírmalo el hombre mismo inmediatamente después que ha pasado. En la luminosa visión que emana del recuerdo vivo nos vemos forzados a declarar: aquello de y aquello por… lo que nos hemos angustiado era, realmente, nada. En efecto, la nada misma, en cuanto tal, estaba allí (…)
(…) La angustia radical puede emerger en la existencia en cualquier momento. No necesita que un suceso insólito la despierte. A la profundidad con que domina corresponde la nimiedad de su posible provocación. Está siempre al acecho, y, sin embargo, sólo raras veces cae sobre nosotros para arrebatarnos y dejarnos suspensos.”
Heidegger, M. ¿Qué es la Metafísica? Traducción de Xavier Zubiri. Escuela de Filosofía Universidad ARCIS.
Como vemos, en los fragmentos extraídos de la breve obra mencionada de Heidegger, la angustia es algo radical que evidencia la nada, la hace patente, sin que podamos identificar ese algo que la ha desencadenado. Está al acecho para emerger en cuanto el hombre, como ente, se descuida de su arraigo en el mundo, y aparece ella para recordarle se fundamenta en la pura nada, sin ella él tampoco sería porque no podría diferenciarse ni determinarse respecto de los otros.
Sin embargo, esta angustia de la que habla Heidegger yo la denominaría existencial -entiendo que por ello él la califica de “radical”- y está en la base de nuestro ser en el mundo, cuyo fundamento metafísico es ese nihilismo.
No obstante, yo distinguiría, de esta angustia heideggeriana que asoma en raras ocasiones, otra más común – de la que por razones filosóficamente obvias no habla el pensador alemán- y que posee un carácter psicológico y, por ello, vinculada al miedo -en contraste con la existencial que lo que hace es anonadarnos-.
Esta angustia psíquica aparece con una diversidad de manifestaciones que van desde el padecimiento psíquico intenso hasta la somatización generando dolores reales.
Precisamente, cuando el individuo se halla inmerso en la ciénaga de la angustia, se ve demolido por una desazón constante que, por intentar contener, puede llevarle al borde de la implosión: algo así como si se nos reventaran las entrañas.
En el siguiente relato, escrito en junio de 2020, se expresa esa angustia de naturaleza psíquica de la que venimos hablando:
A veces, la mente padece una disrupción con el supuesto sustrato neuronal y sináptico que en condiciones normales la impulsa a fluir, elevándose como una entidad autónoma. Tal desgarre acontece precedido de una vívida irritación que blanquea y bloquea la mente, incapacitándola para ser lo que tímidamente intuimos que, tal vez, es.
En ese instante -más o menos prolongado- no hay más que anulación, negación del sí mismo y el deseo de una ansiada explosión que volatice los sesos y los desparrame violentamente por doquier, y que para más satisfacción embadurne cuanto elemento ajeno presiona constantemente, imprimiendo exigencias que esa frágil o singular mente no puede saldar.
Ahí no está el límite mental, sino su desbordamiento y extinción. Fenecida la posibilidad de repliegue, tan solo resta el desguace de la identidad y la autoconciencia. Una disociación acaecida por la impotencia de repudiar el exceso y, humildemente, ajustarse al justo medio propio y apropiado para cada sujeto.
Venerada virtud la de quien se reconoce a sí mismo en el umbral que le pertenece.
Pensemos ahora, en esos individuos que son depositarios de ambas angustias: la existencial y la psíquica. En el momento en el que la mente consigue una estabilidad y un sosiego, resultado de no dejarse absorber por lo otro y asumiendo cierta distancia -que no indiferencia- entre el uno-yo y la existencia y padecimientos ajenos; en ese tiempo en el que la calma parece el fluir cotidiano, la angustia heideggeriana asoma pillándonos desprevenidos y nos azota ese anonadamiento inducido por la nada.
Somos, pues, seres perseguidos por la angustia contingente y la necesaria, unos con conciencia y otros sin ella de que no podemos existir con el sosiego y la ataraxia de los epicúreos, sino siempre seres atormentados por un sufrimiento, un dolor que es inherente a la existencia misma. Cómo manejar esa manera de estar en el mundo nos remite a la cuestión del sentido, cuestión a la que cada uno debe enfrentarse desde tu propia lugar y condición.