Deambular como ser contingente, como real, por la contingencia misma nos aboca inexorablemente a una incertidumbre que no creemos poder soportar. Educados en las certezas de la racionalidad, sentimos un fracaso vital al apercibirnos como seres, que, siendo prescindibles y azarosos, están aquí, y algo deben decidir y hacer para resistirse a las abruptas andanadas de lo otros, que no son más que otras contingencias sometidas a las mismas exigencias.
Esas exigencias no son imposiciones de algo trascendente, sino de la posibilidad misma de existir y no ser devorado. Autoconcebirse como seres cuyas facultades sensibles y también racionales, les conceden el lujo de existir viviendo, y vivir con la conciencia de que su destino es morir. Y, pesar de que pueda ser crudo saber que somos contingencias que nacen para morir, poseer la fortaleza de elevar ese existir a vida plena. Una plenitud, que, por nuestra contingencia, es dinámica y por ello posee la plasticidad de extraer el jugo deseado de cada fruto que nos encontramos por el camino.
No necesitamos ser dioses, porque no podemos serlo más que como recurso de protección mental. Necesitamos ser humanos, seres biológicamente vivos con una idiosincrasia propia, que nos permite decidir, aunque parezca una falacia, y hacer en coherencia con lo decidido. Así podemos ser quien estamos impelidos a ser, siempre con el horizonte abierto para ser propiamente nosotros, únicos y sin calcos ni mimetismos.
Sin embargo, el coraje es un factor clave para afrontar este ser contingente. Asumir que somos, aunque podíamos no haber sido, y ya que somos, ser desde nuestras posibilidades quienes decidamos ser.
Ahora bien, esta ausencia de necesidad ontológica debe, asimismo, llevarnos a constatar que necesitamos crear redes de seres cuya contingencia, los haga vulnerables como nosotros. Reconociendo que, sin el vínculo y la interdependencia como condiciones de posibilidad, no brotamos como esas flores efímeras, pero bellas, que aspiramos a ser. Un tiempo, un lugar y unos ojos que nos miran, interiorizando ese ápice de belleza en que nos convertimos al aceptar nuestro ser real.
«Pero si tomamos esencias bierta, que es el caso del hombre, entonces la cuestión es totalmente distinta. Porque entonces mi versión a los demás no es la versión de una unidad -cerrada y definitiva- a otra unidad, sino que es la versión de una apertura -un sinfín de posibilidades por real-izar– a la apertura de los demás. (….). La comunalidad consiste en ser absolutamente mío justo porque soy comunalmente mío, y ser comunalmente mío precisa y formalmente porque estoy intrínsecamente vertido a los demás»
Zubiri, X. Tres dimensiones del ser humano: individual, social, histórica. Alianza editorial, Fundación Xavier Zubiri. pg,68-69. Los guiones insertados son míos.
